Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos fieles diocesanos:
Llegó Noviembre, en medio de una ola de violencia y de irrespeto a la vida hoy nos toca dirigir el pensamiento a nuestros seres queridos que han fallecido, no para pensar en la muerte como negación de la vida, sino para afianzar nuestra fe en Jesús, vencedor de la muerte, los que siembran violencia y destrucción no tienen la última palabra. La cultura de la vida que proclama el Evangelio es la única respuesta contra la violencia irracional que nos arrebata vidas valiosas.
Al abrirse el mes de noviembre los cristianos acostumbramos recordar y orar, de una forma especial, por los fieles difuntos. Repasamos sus nombres y sus vidas, visitamos sus tumbas y junto a nuestra oración, depositamos una flores como expresión de amor y cariño. Tenemos así una ocasión muy propicia para pensar serenamente en que el tema de la muerte nos interesa y nos afecta. Por mucho que se trate de convertir el hecho de la muerte en una especie de “tabú” prohibido en círculos de nuestra sociedad, sin embargo, buscamos aún de forma inconsciente, algo en qué esperar, porque nuestra vocación es la inmortalidad.
Cuando murió el inolvidable P. José Lodetti, recordamos una frase que él dijo días antes de su fallecimiento: “Feliz, por haber hecho lo que tenía que hacer”. Esta es la verdadera respuesta de un cristiano ante la muerte. Coinciden estas palabras del Padre Lodetti con la oración de Cristo, cuando dijo: “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado” (Jn 17,24).
Evidentemente estas palabras de Jesús no son un mero deseo, sino que expresan su voluntad que siempre tiene cumplimiento, esta es nuestra fe, esa es nuestra esperanza, por esas palabras de Jesús sabemos que la muerte no es el final de la existencia. Sabemos que Dios se hizo hombre cercano a nosotros. Y entró en nuestra vida y en nuestra historia. Él nos dice y asegura: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).
La respuesta del cristiano ante la muerte es mirarla con fundada esperanza desde nuestra fe, que se apoya en la muerte y resurrección de Jesucristo. Con el paso de la muerte se abre la vida eterna que “no es un duplicado infinito del tiempo presente, sino algo completamente nuevo: una relación de comunicación plena con el Dios vivo, estar en sus manos, en su amor y transformarnos en Él en una sola cosa con todos los hermanos y hermanas que Él ha creado y redimido, con toda la creación” (Benedicto XVI, Homilía en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos durante el año, 3 nov 12).
Muchas veces, leyendo las esquelas que se publican cuando alguien muere hay una frase que no es nada cristiana: “el día de hoy dejó de existir quien en vida fuera…” es una frase sin esperanza digna de gente de fe, porque los que creemos en Cristo no dejamos de existir, no perdemos la vida; Como nos recuerda también la Sagrada Liturgia: “La vida de los que en Ti creemos, Seor, no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morara terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio de difuntos).
Que nuestros hermanos difuntos, por la misericordia de Dios ¡Descansen en paz. Amén!
Les saludo en el Señor: