“Me compadezco de aquellos que saben sondear en lo alto del cielo o en las profundidades del abismo, pero no son capaces de entrar en sí mismos”, afirmaba San Agustín de Hipona (354-450 d.C.) invitando con ello a una perpetua tarea humana, pero también eclesial cristiana, de “reformar, revitalizar el camino” a partir de la reflexión sobre el rumbo recorrido.
Apenas mañana, casi al final de año litúrgico, el mismo Jesús invitará en el Evangelio a evitar la ceguera y la distracción de una fe inmadura frente a los acontecimientos históricos y también hacia la propia vida: “Cuando vean que estas cosas suceden, sepan que el fin está cerca” (Mc 13, 30). Enseñanza lamentablemente usada por el fundamentalismo bíblico como una especie de “cabalismo” o cálculos de fechas de fin del mundo a partir de terremotos, erupciones volcánicas, etc. empobreciendo la llamada a una actitud seria de discernimiento.
A partir del Concilio Vaticano II (Gaudium et spes 4.11.44) la frase “signo de los tiempos” y su lectura, marcan la vida de la Iglesia, el Papa Francisco, quien celebrará este domingo la Segunda Jornada de los Pobres, siendo él mismo un “signo de los tiempos” para la reforma de la Iglesia en la “alegría del Evangelio” invita a retomar este camino “en silencio, reflexión y firmeza en la vida en Jesucristo” (Casa Santa Marta, 23/10/2015). Y es que como la sociedad cambia y la cultura crece —en sentido positivo o negativo como la “cultura de muerte”— la barca de la Iglesia se mueve entre “la contemplación de los signos de los tiempos y la misión”, es decir, en salida hacia un mundo “semejante a un hospital de guerra” con heridos por la indiferencia, la pobreza en sus muchas formas, la migración, la trata de personas y los cálculos económicos que no parten de la persona como centro de sus elaboraciones.
También la Iglesia Católica que peregrina en Guatemala vive estos días su “discernimiento de los signos de los tiempos, para relanzar su servicio de comunión y misión”. En la cuna del poeta J. Diéguez Olaverri, la de los “caros horizontes y azules altos montes” en Huehuetenango, en la tierra de las culturas Mam, Poptí, Chuj, Akateca, Q’anjobal, Textiteka, Awakateka, Chalchiteca, K’iché y ladina tiene lugar el Quinto Congreso Guatemalteco Misionero llamado “Parroquia Misionera, comunidad de comunidades” para celebrar y fortalecer los procesos pastorales misioneros en las Iglesias particulares en Guatemala, desde la conversión personal y eclesial a Jesucristo para que las parroquias sean comunidad de comunidades misericordiosas al servicio del Reino. Signo de los tiempos, importante en tiempos de “fragmentación de la fe en miles de creencias subjetivas, acomodaticias a teologías de prosperidad y bendicionismo y hasta con fines políticos, en tiempos de “diversidades” implacables hacia el espíritu de fraternidad y comunión. Por ello el documento de Aparecida (551) recomendaba para la Gran Misión Continental, verdadera luz para los pueblos de América latina: Beber de la Palabra divina, Alimentarse de la Eucaristía, Construir la Iglesia como casa y escuela de comunión, Servir a la sociedad, sobre todo a los pobres.
Que el acontecimiento eclesial revitalice el rostro de “una Iglesia en salida” para la defensa de la vida, bajo la intercesión de Nuestra Señora de Candelaria de Chiantla, portadora de Cristo Palabra y Luz de los pueblos y de “todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1, 5).