Queridos hermanos:
Sabemos bien que “el domingo es el día del Señor pues él resucitó en domingo”, el día que no nos encontramos un mensaje o una idea, sino a una persona viva, el Señor Jesús, presente en el hermano, en la Palabra y sobre todo la Eucaristía.
Se trata pues de un “encuentro con el Señor que pasa y pasa dando vida en abundancia”. En la primera lectura del profeta Isaías ya se nos preparara para contemplar su paso por nuestra vida, el profeta invita al pueblo de Israel, que se encontraba destruido por sus propios pecados y arruinado por sus delitos, a confiar en el Señor pues él puede “transformar las existencias débiles y golpeadas” en situaciones nuevas, ciegos, mudos, sordos y hasta la misma naturaleza golpeada por la maldad humana como nos recuerda el Papa Francisco, pueden ser restaurados, levantados; ¡no desconfiemos de Aquel que pasa y cambia de mal a bien, de muerte a vida, de enfermedad a salud!.
Es por ello que nos podemos unir y cantar con el salmo 145 “Alma mía, alaba al Señor”, para hacerlo se requiere la capacidad de contemplación, de agradecimiento, de reconocimiento de lo que el Señor ha hecho, está haciendo y puede hacer por todos y cada uno personalmente, en familia, en nuestra sociedad.
Pero es sobre todo el Evangelio que narra el caminar misionero maravilloso y misericordioso del Señor de la vida que da vida en abundancia (Jn 10, 10). Hoy Cristo transforma totalmente la vida disminuida de un sordomudo; en el mundo antiguo dicha situación significaba un castigo o rechazo divino por una situación de pecado, no era posible escuchar la Palabra ni alabar al Señor en la oración.
La famosa palabra en la misma lengua de Jesús, el arameo “éffetá” indica no solamente su poder, sino su misma misericordia: ¡el Señor se compadece de nuestra sordera, de nuestra mudez, de nuestra vida limitada física y espiritualmente y con su amor quiere salvarnos!.
Es la palabra que antiguamente se pronunciaba en el bautismo como “capacitación” para la escucha y la alabanza. Las gentes se sorprenden por el milagro, pero lastimosamente olvidan que lo importante de los signos de Cristo es que nos invitan a escucharle y anunciarle siempre.
Pidamos al Señor que cure nuestra “sordomudez”; aquella que quizás hace tiempo nos priva de la relación amorosa con Dios y los hermanos.
Frecuentemos el sacramento de la Confesión para “ser liberados” y transformarnos en discípulos misioneros.
Que el mes de la Biblia y también de las celebraciones patrias sean de bendición para la transformación de nuestra sociedad nacional en una Guatemala distinta, como “pueblo dichoso escogido por Dios” (Salmo 144, 15).