Queridos hermanos:
En nuestra vida cristiana, indudablemente nos mueve el gran deseo de “cumplir la voluntad de Dios, de agradar al buen Padre del cielo con nuestra vida”. Sin embargo este buen deseo puede no cumplirse, pues no sabemos exactamente qué es lo que agrada a Dios.
Este domingo la Palabra de Dios nos indica que el discípulo de Cristo es quien hace lo que a Dios agrada, viviendo la norma suprema y hermosa de la misericordia. Como bien sabemos, el significado de esta palabra es el de “acercarse, hacerse próximo” a todo hermano, sobre todo al necesitado en el cuerpo o en el espíritu: ¡agrademos al Dios del amor, viviendo su mandato de amor!.
Ya en la lectura del libro de Deuteronomio se dice que “esa voluntad de Dios no es algo lejano, escondido”, ¡siempre está a nuestro alcance la voluntad de Dios!… y ella no es “un precepto teórico”, está en la boca cuando lo proclamamos, pero también en el corazón cuando tomamos decisiones según lo es la divina voluntad.
Sí, el Señor es un “legislador” pero no frío y lejano, sino como dice el Salmo responsorial: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”. ¡Evitemos la imagen de un Dios que parece controlarnos, medirnos y condenarnos, volviendo con justicia al Señor que busca nuestro bien y nos manda lo que manda, para nuestro bien!.
Hoy, el Divino Maestro, interrogado por otro maestro de la Ley en Israel, nos da la lección suprema: la maravillosa parábola del “buen samaritano” es el resumen de la ley de Dios, de lo que a Él agrada. Se trata como decía San Pablo VI de “hacerse cercano” a quien está en el camino de la vida, golpeado de muchas formas y dejándonos a nosotros mismos -nuestra pereza, temores, vergüenzas y respetos humanos- cumplir con el mandato de la “misericordia”.
En el fondo, es una historia que narra lo que el mismo Dios he hecho con nosotros, viéndonos auto- destruidos, arruinados y “medio muertos en el camino” por nuestros pecados, el Padre misericordioso envió a su Hijo: ¡Cristo es el buen samaritano que nos ha aliviado, cargado como oveja perdida y llevado a la Iglesia para ser curados “hasta que Él vuelva de nuevo”!.
Si somo pues, verdaderos hijos de Dios Padre y hermanos de Cristo, no dudemos en “detenernos en el camino” a auxiliar a tantos que sufren de tantas formas, ¡todos tenemos a alguien de quien “hacernos prójimo, no tardemos en hacerlo!.
Es por ello que hoy contemplamos a “quien es imagen del Dios invisible” dice San Pablo en la segunda lectura, en Cristo se ha “mostrado cómo es Dios”, un Padre cercano, que invita a todos sus hijos a agradarle siendo misioneros de esperanza y amor en un mundo que crece en información de accidentes, de pobrezas, de guerras, pero también crece en indiferencia.
Que Nuestra Señora del Carmen, Patrona de los navegantes y “estrella del mar” nos ayude a llegar a Cristo, puerto seguro de quienes en la navegación de la vida se acuerdan de ayudar a sus hermanos.