Queridos hermanos y hermanas:
Hemos culminado ya el tiempo de Pascua con la Solemnidad de Pentecostés, luego de su resurrección y ascensión al cielo, el Señor Jesús envía desde el cielo el don del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, hoy contemplamos a esa “trinidad santísima” del Padre que ha creado el mundo, del Hijo que lo ha redimido y del Espíritu Santo que le da vida nueva; ¡somos hijos de Dios y parte de esa familia amorosa!.
En efecto; siendo imposible comprender el “misterio de un solo Dios en tres personas distintas” acogemos ese misterio con fe, vivimos en él porque “Dios es misericordioso” y nos basta, es decir, de la Santísima Trinidad tenemos el “rostro del Dios que está con nosotros” como lo dice Moisés en la primera lectura.
Es San Pablo quien menciona a las tres divinas personas, el Padre es el Dios de amor (1 Juan 4, 8), el rostro del “Padre de amor” que por amor ha enviado a su Hijo (Evangelio) y a quien podemos contemplar en la obra creada ¡ese mundo que hemos de cuidar y que se ve arruinado, como dice el Papa Francisco, por el egoísmo y la pérdida del verdadero sentido de la creación!.
Notemos que es en el Nuevo Testamento cuando comenzamos llamar a Dios “Padre”: ¡cuántos cristianos prefieren un rostro divino como el de un juez tremendo, de un “señor lejano” o de un dios de venganza!.
Pablo insiste, escribe a la comunidad pidiéndoles que “se cobijen en el amor del Padre”. De Jesucristo el apóstol menciona la “gracia” que es la nueva situación de vida plena y de felicidad verdadera que gracias a su “Misterio Pascual” el Señor Jesús nos ha concedido, ¡alabemos a Jesucristo viviendo la vida nueva de los que somos “hijos en el Hijo”!.
Como lo hemos dicho en otras ocasiones, nos llamamos “cristianos” pero el Hijo es el “camino hacia el Padre”. Él ha venido a invitarnos a amar a su Padre como él lo ama, con una vida de obediencia y por lo tanto de felicidad en la verdadera libertad.
Finalmente, San Pablo nos invita la “comunión del Espíritu Santo”, el Espíritu es quien une al Padre y al Hijo, quien procede de ambos y quien hace posible que “llamamos y vivamos en Cristo como señor nuestro”.
Evitemos pues el error de las sectas, ignoran al Padre y hacen de Jesucristo un personaje de bendición, o bien, hacen de la acción del Espíritu Santo un “derroche de emociones” y una especie de “fuerza emotiva” haciendo de Pentecostés un “pentecostalismo” donde se rompe la unidad de la Santísima Trinidad en cultos variados.
Queridos hermanos, sintámonos agradecidos por nuestra vida como “hijos del Padre, hermanos del Hijo y templos del Espíritu Santo”.
Que el Dios en quien fuimos bautizados nos haga sus testigos en un mundo y sociedad que viven “como si Dios no existiera” o peor aún, “jugando a ser Dios” en la falta de respeto a la vida y a la creación.
Que María, mujer “trinitaria” sea nuestro ejemplo de una alabanza a Dios con las acciones y compromiso por el “verdadero Dios Trino y Uno”.