“Es una pobreza de espíritu el obstinarse en devolver el daño que se ha recibido”, afirmaba el filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900) antes de decirse ateo. Cierto, hasta los espíritus más “alejados” de lo cristiano presienten que en la venganza o “suma justicia” se raya en la injusticia, según un segundo filósofo, Santo Tomás de Aquino (1225-1274).
La Buena Nueva de mañana (VII domingo del Tiempo Ordinario) es una de las páginas más difíciles para quien se diga “cristiano”: perdonar las ofensas, no devolver mal por mal, no reclamar lo propio… En fin, ya decía Martín Lutero que en el Evangelio según San Mateo “Cristo era más duro que Moisés” que permitió, como vocero del Dios del Antiguo Testamento, el “ojo por ojo y diente por diente” (Éxodo 21, 24). Pero en ello reside el ser cristiano “neotestamentario”, no el cultivar la injusticia, favorecer la expoliación o cultivar la corrupción judicial, sino en dar el paso a la única forma de transformar el mundo y no disfrazar la “venganza como urgencia de justicia”, según un tercer filósofo, R. Balmes (1810-1848).
El paso de la mentalidad favorable a “pedir vida a cambio de la vida arrebatada en el crimen” no es fácil, pero se debe tener en cuenta:
1) La famosa “pena de muerte” no es un progreso, sino un retroceso en el Humanismo más actual. “Cada día crece más en todo el mundo el NO a la pena de muerte. Para la Iglesia esto es un signo de esperanza. No olvidemos que, hasta el último momento, una persona puede convertirse y puede cambiar. Y a la luz del Evangelio, la pena de muerte es inadmisible. El mandamiento “no matarás” se refiere tanto al inocente como al culpable. Por eso, pido a todas las personas de buena voluntad que se movilicen para lograr la abolición de la pena de muerte en todo el mundo. La pena capital es como ponerse en lugar de Dios. Con la condena, se determina que una persona ya nunca podrá cambiar, cosa que no sabemos” (papa Francisco, intención de oración 31 de agosto 2022).
2) Así el Catecismo de la Iglesia Católica indica: “Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común. Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse. Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que “la pena de muerte es inadmisible” (CCE N.° 2267).
Quienes exigen la pena de muerte son parte de ciertos “cristianismos sionistas”, de arrebatos de “mía es la venganza, dice el Señor”; una curiosa vuelta al Antiguo Testamento, nombres personales, o de “iglesias-empresas-partidos” que si Martín Lutero resucitara, volvería a morir del susto; él que fundó su reforma en textos del Nuevo Testamento. La reflexión está servida, ya para el modo de leer la Biblia “en partes escogidas” bajo el impulso, cierto, de necesidades sentidas, como una seguridad ciudadana efectiva y no cómplice. En fin, el “ser signo de contradicción”, resolviendo el conflicto con el perdón, como pidió el papa Francisco en la República Democrática del Congo (04 de febrero 2023) y pidió tanto San Juan Pablo II, cuyo 40 aniversario se celebrará en Guatemala especialmente el 7 de marzo sigue en pie… a causa de una “Buena Noticia” extraña y sin estrenar: “Ama a tu enemigo, y perdona a quien te ha ofendido” (cfr. Mateo 5, 38-48) cuya finalidad es ser más que “justos”, vivir como hijos del Padre del cielo, por excelencia compasivo y misericordioso, el Santo que pide ser “santos” en la imitación de su amor/perdón.