La Buena Noticia de mañana tiene como tema la “perseverancia en la oración”, no sólo la oración esporádica, ocasional, de urgencia cuando ya los demás recursos se han agotado, sino la que hace parte de la vida, como el pedir el “pan nuestro de cada día”. Claro, en tiempos de impaciencia, de flagrante ateísmo y sobre todo de “inmediatismo”, en la oración se reclama que Dios actúe con todos los megahertz de velocidad posibles, si todo tiene más velocidad de respuesta, ¿por qué Dios tarda? La enseñanza del Maestro de oración por excelencia tiene varios ángulos:
1) La oración constante no se dirige a un ser distraído en otras cosas más importantes que la súplica o intención del orante y por ello “cae al vacío”. Por el contrario, aquel a quien se ora está siempre atento y sin necesidad de muchas palabras, sino de una actitud que manifieste confianza —como un trato de “amistad”, decía santa Teresa, recordada hoy 15 de octubre— y humildad, como la que tienen los pobres de espíritu, la oración “no cambia a Dios” de malo a bueno: él ya es bueno. La oración cambia al orante, pues lo fortalece como un “ejercicio espiritual” que pasa desapercibido, cualquier título social es preferido hoy, persona de ciencia, de arte, de deporte, de sociedad… pero “ser orante” parece poca cosa;
2) La oración parte de la disponibilidad como lo afirmaba incluso Martín Lutero (1483-1546): “La oración no es para cambiar los planes de Dios, sino para descansar en su soberana voluntad”. Es decir, como bien lo ha dicho papa Francisco en sus catequesis sobre la oración: “La oración es un misterio, en cuanto Dios tiene designios que se nos escapan, pero al final son lo mejor, aunque no los comprendamos de momento” (Catequesis, 6 de mayo 2020). Pero cuando la ira, las ambiciones o los sentimientos violentos ofuscan el sentido y la vida espiritual, terminamos pidiendo lo que sería imposible para Dios: la destrucción mortal de los considerados enemigos;
3) La oración en sí misma, como ejercicio ya mencionado, se aprende en casa y se ejercita en cualquier lugar, educando a las nuevas generaciones en la constancia. Comentando el Evangelio de mañana, escribe papa Francisco: “Se debe rezar siempre, también cuando todo parece vano, cuando Dios parece sordo y mudo y nos parece que perdemos el tiempo. Incluso si el cielo se ofusca, el cristiano no deja de rezar. Su oración va a la par que la fe. Y la fe, en muchos días de nuestra vida, puede parecer una ilusión, un cansancio estéril. Hay momentos oscuros en nuestra vida y en esos momentos la fe parece una ilusión. Pero practicar la oración significa también aceptar este cansancio… Pero tenemos que ir adelante, con este cansancio de los momentos malos, de los momentos que no sentimos nada. Muchos santos y santas han experimentado la noche de la fe y el silencio de Dios —cuando nosotros llamamos y Dios no responde—, y estos santos han sido perseverantes” (Catequesis, 11 de noviembre 2020);
4) Pero de modo especial, sobre la parábola, se trata de relacionar la oración con la Justicia, aquella de ciertos tribunales, como los de la costa sur guatemalteca, que parecen “no temer a Dios pero sí a los hombres”, o más bien, solo a estos, haciéndose susceptibles a la “mordida, soborno, corrupción de la justicia». ¿Se debe suplicar la justicia a un juez? No, su deber es implementarla, a costa de intereses humanos y hasta de propia fama o vida. En el mes del Santo Rosario, pidamos por esa oración hecha para los sencillos, que la consecuencias de la depresión Julia para los más pobres, sean aliviados en la unión de oración y acción. Y que no haya que suplicar el “cumplimiento de la justicia”, sino que su eficacia sea una forma clara de oración y alabanza a Dios por todos sus hijos.