Es frecuente la expresión: “Si yo hubiera vivido en los tiempos de Jesús, habría creído en Él”. Ella carece de fundamento, puesto que no se trata de un personaje del pasado de cuya existencia se pueda dudar, o quien quedara en ese pasado luego de su muerte en la cruz.
Los llamados “relatos de las apariciones post pascuales del Resucitado”, como la de la Buena Noticia dominical, quieren ayudar a la Fe, dado que ciertamente su muerte en cruz fue vista por muchos —ocurrió en el lugar de ejecuciones llamado Gólgota—, mientras su resurrección no tuvo testigos directos: la certeza parte del sepulcro vacío y de dichas apariciones.
En ellas hay elementos clave:
1) La tristeza por un final aparente de fracaso impedía el acto de Fe en su resurrección, o lo hacía trabajoso;
2) En su nueva situación de Resucitado, Jesús, siendo él mismo, tenía algo “diferente”: Magdalena pensó que era el jardinero del huerto, los discípulos de Emaús, que era un extraño peregrino y los discípulos en el Cenáculo creían ver un fantasma. La continuidad y la novedad se mezclan en su “cuerpo glorioso” —como el que está prometido a los bautizados según Pablo, 1 Corintios cc. 15-16—. Especialmente a partir de su Ascensión al cielo —a celebrarse en último domingo de Pascua—, los Evangelios quieren dejar claro que “está vivo y presente” pero de otra forma, percibido más por la Fe que por la capacidad del ojo material.
En su última aparición en el Tiberíades, de mañana:
1) Los discípulos viven la desilusión y regresan a la etapa anterior de su vida, la pesca, realizada ahora en silencio, en la rutina que un día creyeron superada por el llamado de Cristo: era un volver a la nada inicial: “Y es que no tenían nada, porque aún no tenían a Cristo” (S. Pedro Crisólogo —380 a 406 d.C.— Sermones);
2) El fracaso ocurre “de noche”, el momento de la tentación, la Hora del Maligno, como había dicho el mismo Jesús (cf. Juan 14,30).;
3) La presencia de Cristo se percibe al amanecer, pero de forma velada: él renueva el prodigio de la “pesca milagrosa” que significa una evangelización exitosa. La red no se “rompe” —al igual que su túnica jugada a suerte por los soldados—, lo que indica la vocación a la unidad, no a la división de la Iglesia, donde lamentablemente muchas “redes de pescadores” van robando peces y fundando iglesias al antojo humano;
4) La percepción de su identidad comienza con el amor del discípulo Juan —“Es el Señor”— y sigue con el acto de Pedro de lanzarse al mar: aquel Pedro que temía hundirse, que no quería el lavatorio de los pies, que era tener parte en la muerte-resurrección, ahora ya está listo al martirio;
5) En el interrogatorio —Jesús inicia preguntando si es amado (griego agápas me)—, Pedro responde con solo “querer” (griego filo sé) y el Resucitado lo acepta, acomodándose a su todavía poca Fe (Benedicto XVI).
Una nueva presencia ahora: en la comunidad, la Palabra, los Sacramentos y sobre todo, en la Eucaristía; esta última, como decía San Agustín: “Ve, toca a Cristo, quien cree en Cristo”.
Lejos queda la “presencia espectacular y adrenalínica” de espectáculos y de milagrismos, es la hora de la Fe más allá de lo visible (ver Hebreos 11, 1) en la sencillez de los signos, en el testimonio del amor que reconoce y va al martirio, si es necesario y está en el plan de Dios.
Que la obra evangelizadora de unificación y no de división de la red de Cristo ilumine mañana, cuando se celebra el Día del Trabajo humano, que el mismo debe “santificarse” de parte del que lo da y de quien lo realiza (San Juan Pablo II, encíclica Sobre el trabajo humano 14 de septiembre 1981), continuando en la relación justa y positiva, el paso de la noche de una tarea sin frutos al amanecer con la presencia del Resucitado, provisor de la paz y el encuentro entre los seres humanos.