Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
Queridos hermanos:
Hemos llegado al momento alegre y comprometedor del “final del Año Cristiano”: hoy la Iglesia iluminada por la Palabra de Dios vuelve sus ojos hacia “Aquel que reina y va extendiendo su reino de paz, de justicia, de amor y de vida por el mundo”.
En efecto, actualmente hay “muchos liderazgos” pero pocos que puedan “atraer con el ejemplo y el amor”, ¡nuestro Rey el Señor Jesús es quien ha dado la vida por nosotros y es ejemplo del verdadero reinar en el mundo por el amor!.
Se trata de un “rey que pastorea a los suyos”, es decir, que los guía con su Palabra y les da vida con los Sacramentos. Cuando los israelitas eligieron a David en Hebrón, como narra la lectura del Segundo Libro de Samuel, él había vencido a sus enemigos y dado pruebas de su amor por la nación: ¡agradezcamos a Cristo, el Rey verdadero, que reina desde la cruz de la entrega!.
Así, el Evangelio según San Lucas recuerda las burlas que malvadamente se hacía al Rey Jesucristo, al “Mesías” o Ungido: sus verdugos no reconocen el verdadero reinado de Cristo, que es el reinado del amor y del perdón.
Él no quiso bajar de la cruz, para permanecer en la entrega amorosa por nosotros, pues solo el amor se queda en el sacrificio!. Y aún en ese momento, Cristo reina perdonando: perdona al ladrón arrepentido y morirá diciendo, “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34); ¡ese es el Rey verdadero, ni el de venganza, ni el de potencia material, sino el que perdona y enseña a perdonar!.
Es por ello que San Pablo habla de que Él nos ha librado del poder de las tinieblas: ¡las peores tinieblas son las del odio, la violencia contra el hermano, la falta de caridad!.
Al final del Año Cristiano, examinemos cómo y cuándo hemos “trabajado por ese Reino de amor y de perdón”. Decimos en el Padre Nuestro “venga tu reino” pero también decimos: “Y perdónanos como nosotros perdonamos”.
Que el único rey verdadero, el que da vida por el perdón, nos haga obreros de su Reino. Que María Santísima, la Madre del Gran Rey, interceda por nosotros para que ya en el próximo Adviento abramos el corazón y la mente a la única fuerza que puede cambiar la Historia humana: la fuerza del perdón, la fuerza del amor, la fuerza de la verdadera alegría en el Señor.