Queridos hermanos:
La celebración de la Santísima Trinidad este domingo, nos descubre una realidad hermosa y también comprometedora, si el pecado nos había alejado de Dios nuestro Padre, ahora, porque Él ha enviado a su Hijo Jesucristo y derramado el Espíritu Santo, somos de nuevo “hijos de Dios!; ¡alegrémonos y vivamos como parte de esa Familia Trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo!.
En efecto, por el Bautismo somos hechos “hijos de Dios”, es aquel bautismo hecho “no solo en el nombre de Jesús”, como sucede en las sectas derivadas del error protestante, sino como lo indica el mismo Jesús, “Bauticenlos en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo” como claramente se lee en Mateo 28, 16-20. ¡No pasemos por alto que el Bautismo, si nos hace llamarnos “cristianos” nos introduce en la Familia de la Santísima Trinidad!.
La primera lectura habla de aquella “sabiduría de Dios” que actúa como una persona que ayuda a Dios en la creación: todo un anuncio de Cristo quien, como lo revela ya en el Nuevo Testamento San Pablo es “la sabiduría de Dios” (1 Corintios 1, 18-25).
Cristo, quien es no solamente la segunda persona de la Trinidad, un ser divino, sino también es “verdadero hombre”, tiene esa Humanidad que alaba el Salmo Responsorial: “Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. San Pablo por su parte insiste en que “por Cristo tenemos entrada a la gloria de Dios”, ¡el Hijo nos ha hecho hijos de nuevo!.
Finalmente, en el Evangelio el mismo Jesús abre su corazón a sus discípulos, como un amigo que invita a sus amigos a su casa y les presenta a su familia. Así, conocemos a la Trinidad porque Cristo nos la ha revelado.
Vivamos pues como “hijos de Dios”, ¡cuidemos la creación de Dios Padre, cuidemos de la “casa comùn” como dice el Papa Francisco. Sigamos el modelo de nuestro hermano mayor, Jesucristo, quien amando al Padre y a nosotros sus hermanos, nos da ejemplo de obediencia amorosa al Padre como cuando dice: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22, 42).
Y especialmente, habiendo celebrado Pentecostés tan recientemente, recordemos que “no hemos recibido un Espíritu de esclavos, sino de hijos” (Romanos 8, 15).
Actualmente, muchos reniegan de la fe cristiana y católica, se vuelven a “adorar la madre naturaleza”, otros –como en el caso del Evangelismo- se olvidan de la Trinidad y de modo fanático se dicen “cristocéntricos” como ya nos decía en Guatemala San Juan Pablo II en 1983.
Otros finalmente, reducen el Espíritu Santo a una “energía que desmaya” y olvidan que su acción más importante es ayudarnos a seguir la voluntad de Dios, no por miedo, pues seríamos esclavos, ni por interés, pues seríamos comerciantes, sino por amor, es decir, cómo actúan los verdaderos hijos de Dios.
Invoquemos cada día al Padre, Hijo y Espíritu Santo y seamos no sólo cristianos sino “trinitarios” viviendo, como María, la alegría de los hijos de Dios que acuden a Él, pero también se comprometen a trabajar por su Reino en el mundo.