De las características actuales de la Familia afirma el Papa Francisco en tono de lamentación: “Aquello que pesa más de todas las cosas es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser recibidos. Pesan ciertos silencios. A veces, también en familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, el esfuerzo se hace más pesado, intolerable” (14 de mayo del 2014). Ciertamente la curiosa evolución etimológica de “familia” se asocia al grupo incluso de esclavos dentro de las posesiones de un hombre, o al latín “fames” (hambre, por el hecho de “comer juntos”), al punto que “familiar” en el antiguo derecho romano aludía a lo cercano, aceptable, conocido.
Mañana (domingo 30 de diciembre de 2018), la Liturgia presentará el icono imperecedero de la Sagrada Familia, modelo de todas las demás, sobre la cual pesaban no pocos problemas —la pobreza de la condición migratoria de José por el censo de Quirino, según Lucas 2, 1ss. y la inmediata persecución del celoso Herodes según Mateo 2, 13ss—, pero en cuya experiencia de vida común prevalece “ese amor que lo vence todo”, como dice Papa Francisco: una familia que es sagrada no solo por lo que Dios le concedió —las vocaciones de María, de José, la divinidad del Niño—, sino también por lo que se le pidió y supo dar en condiciones adversas: amor, perseverancia y esperanza en tiempos de dificultad. Una actitud no fácil pero íntimamente vinculada a la “santidad en las cosas de todos los días” (Papa Francisco), como es el ejercicio del “amor mismo”, pues se llega al amor divino a través del amor humano (San Josemaría Escrivá, Conversaciones, 98).
En otras palabras, la Sagrada Familia no es un espectro utópico de ideales inalcanzables, sino un modelo para asumir precisamente en la actualidad, donde cada familia recibe dos ataques frontales:
1) La difusión de la impaciencia, el reclamo, el derecho personal absolutizado, la aceleración y lo superficial de las relaciones, donde a pesar de estar juntos se sufre el síndrome de Noneni: no te oigo, si te oigo no te entiendo, si te entiendo no me importa. Aún en nuestras familias de “mundo en desarrollo” pega bien el dramático paso de las relaciones sociales —la familiar, la más importante— a la vivencia del “social” (en inglés) de las redes, e incluso en casa se muestra más el “rostro” no siempre auténtico promovido por su homónimo, el famoso “face” o “cara” de Facebook que entrar en diálogo personal;
2) El segundo, pero no por ello menos golpeante, es el conjunto de ataques a la Familia: desde la ideología de género y su reclamo de “nuevas formas de familia” antinaturales y antilegales, pero también la eterna posposición de los graves problemas migratorios, de tráfico de personas, de desempleo y pobreza acuciante que toca a todos —Estado y ciudadanos, creyentes y agnósticos— ayudar a resolver. Las familias con niños muertos que pasaron Navidad frente a la frontera del Norte, dicen radiográficamente lo que viven los millones de centroamericanos y guatemaltecos: una aparente derrota de la familia por dentro —en los niveles de debilidad de Fe y afectiva— y por fuera —Herodes que vuelve contra el mayor tesoro familiar, los hijos—.
Que Jesús, María y José fortalezcan el amor en cada hogar y que Dios Padre de toda Familia ilumine la indiferencia de legisladores, gobiernos, religiones y ciudadanos, pues toda familia es sagrada por ser la genuina y natural vocación de cada persona: vivir juntos en la primera escuela de Humanidad y Fe, la Familia misma.