Queridos hermanos:
Estando ya cercano el final del Año Litúrgico cristiano, también este domingo es de “evaluación” sobre el camino recorrido: el anterior se nos invitaba a “cumplir el primer mandamiento” que es el amor a Dios y los hermanos. Ahora se nos invita a examinar “nuestra generosidad, tomando como modelo a los sencillos de corazón, que siempre saben ser generosos”.
Esa enseñanza viene de dos mujeres pobres, viudas, que han sabido socorrer desde su pobreza la necesidad humana.
La primera es la viuda que socorre al profeta Elías en medio de una situación extrema; tanto ella como su niño están destinados a muerte “cuando se acabe el trigo y el aceite” con el que harán el último pan en medio de la sequía del país.
Pero he aquí que ella “cree en la palabra del profeta” y le da agua y pan y ocurre el milagro, ¡Dios siempre socorre a quien es generoso, incluso desde su pobreza extrema!.
El salmo responsorial lo afirma: “el Señor es fiel a su palabra”. Aquella mujer y su niño lograron vivir porque “no se acabaron la harina y el aceite”, hasta que la lluvia cayó de nuevo.
La segunda viuda es también ejemplar. Jesús la ve en el templo, es la que “da poco pero todo lo que tiene” en una limosna sencilla. Mientras muchos dan grandes cantidades “para ser vistos” ella desapercibidamente para muchos es generosa.
No olvidemos que parte de esas limosnas del Templo de Jerusalén se daban a los pobres. De ella afirma el Señor que “ha dado más que todos” precisamente porque da desde su pobreza.
Tengamos cuidado de los predicadores que “esquilman y quitan hasta lo poco a los pobres” en canales de televisión o mega iglesias; ¡que lamentable negocio utilizando esta escena del evangelio!.
La enseñanza de Jesús va en la línea de la revisión de nuestra generosidad que debe surgir superando el temor de “quedarnos sin nada”. Recordemos que, si bien debemos ser prudentes, previsores, etc., sobre todo en casa y la economía familiar, como bien dice el proverbio: “El tacaño siempre encuentra justificaciones para no dar nada”.
Revisemos el año que termina, si hemos cerrado la mano pudiendo dar al necesitado, si hemos dado “para ser vistos”, si hemos dado “para recibir a cambio”. En una realidad nacional, comunitaria y local donde “abundan diversas formas de pobreza” el deber moral de quien puede socorrer a sus hermanos es agradecer a Dios lo que se tiene y recordar lo dicho por Santo Tomás: “Lo que te sobre no es tuyo, pertenece a tus hermanos pobres”.
Que el recuerdo de nuestros difuntos en este mes nos lleve a orar por ellos, quizás no practicaron la generosidad, solo Dios puede juzgarlos. Nosotros, mientras aún caminamos en esta vida breve entre necesidades ingentes en Guatemala (migración, desnutrición, debilidad ante el crimen organizado, negocio de sectas fundamentalistas que quitan a los pobres) no cerremos el corazón y organicemos la caridad para que al final podamos encontrar la recompensa generosa del Señor, aquel Dios que es “rico en misericordia” y cada día nos concede el don de la vida y el don de la Fe.