Queridos hermanos:
Hoy la Palabra de Dios contiene una enseñanza fundamental, Él nos pide una sola cosa, la que es realmente “central en la vida cristiana, el amor”. Y es que comúnmente queremos “cumplir con Dios, realizar lo que Él desea” y sin embargo “nos perdemos” en qué es lo principal.
Ya el Antiguo Testamento, en el libro del Deuteronomio presenta el inmenso valor de “los mandamientos de Dios”: ellos son caminos de libertad y no ataduras como suele percibirse.
En su vivencia está el “camino a la vida auténtica, la de los “hijos de Dios” que cumplen sus leyes no por temor ni por interés, sino por amor: ¡recordemos que esto significan los mandamientos y no pensemos en ellos como cadenas o pesos que nos impiden ser libres!.
Hoy que se habla tanto de “superar los tabúes, las tradiciones que ya no caben en un “mundo moderno” la mentalidad mundana “no comprende y ataca los mandamientos” para crear hombres y mujeres “liberados”, ¡no caigamos en la trampa de pensar en Dios como nuestro enemigo u opresor, reconozcámoslo como nuestro Padre amoroso, autor de caminos de vida en sus mandamientos!.
Es por ello que Jesús en el Evangelio “responde doblemente” a quien le pregunta sobre el “mandamiento principal”. En realidad los judíos habían llegado a una confusión: de 10 mandamientos habían sacado 613 (365 uno por cada día del año y 248 uno por cada hueso del cuerpo).
Se habían desviado del centro de la fe en Dios ¡evitemos nosotros caer en un enredo de cumplimientos, de observancias que no estén movida por el amor a Dios y a los hermanos!.
Y tal es la doble respuesta del Señor:
- Al amor a Dios sobre todas las cosas, no puede separarse el amor a nuestro hermano. San Agustín decía: “No podrás llegar al Señor a quien deseas si no te vuelves al hermano que camina a tu lado”;
- Se trata de una relación fuerte entre el Señor que nos ha creado y nos da cada día de la vida y aquella con los hermanos que son su imagen, e incluso su presencia: “Lo que hagan a los más pequeños de mis hermanos, a mí me lo hacen” (Mt 25, 40);
- El amor a Dios implica todo nuestro ser: el corazón o centro de las decisiones que deben seguir sus caminos: ¡no podemos afirmar ser cristianos y vivir el divorcio entre Fe y vida! (San Juan Pablo II en Guatemala, 1986);
- Implica el “alma” que es nuestra realidad profunda: nuestros proyectos, nuestra realidad espiritual tantas veces olvidada;
- La mente significa nuestra orientación, la educación recibida, nuestra visión del mundo
- Las fuerzas son la vida cotidiana de trabajo, de servicio, lo que llena nuestro horario y que en ocasiones nos distrae de percibir la existencia de Dios.
Pidamos al Señor el don del Espíritu Santo: el amor no es posible por las meras fuerzas humanas -¡tan a menudo lo olvidamos y nos deprimimos al no poder ser mejores- el amor es un don del Señor, es decir, implica vivir en la Gracia que viene de la oración, de la santa Confesión, de la práctica de la caridad.
En medio de una época de “confusión religiosa y moral” retomemos el centro o “viga central de la casa de la Iglesia” (Papa Francisco), el amor y que él sea el ingrediente central de nuestra agenda, de nuestro trato con los demás, de nuestros planes.
En este mes de recuerdo de nuestros difuntos, intercedamos por ellos, quizás no vivieron a fondo el único mandato, el del amor. Y que su memoria y el amor a ellos nos ayuden a vivir el breve viaje por la Tierra como tiempo de amor, de perdón, de esperanza y alegría.