La sentida desaparición de Monseñor Carlos Trinidad, Obispo de San Marcos (2014-2018), invita a pensar en su lema de Ordenación Episcopal: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipense 4, 13) que afirma el Apóstol Pablo al final de una de sus páginas “autobiográficas” más excelentes, la Carta a los Filipenses.
Pablo se refiere a un “todo” que globaliza el no fácil momento de su salida del judaísmo para ser heraldo de Cristo, con la consecuente persecución de los “que hasta ahora eran su amado pueblo” —al que en fondo no deja de amar— …que globaliza en ese “todo” el complejo itinerario de su apostolado misionero “hasta los confines del mundo” y marcado como su mismo cuerpo físico por “los signos de la Pasión del Señor” (Gálatas 6, 17), que a duras penas logra sintetizar en varias terribles descripciones: “Fuimos golpeados, encarcelados, enfrentamos a turbas enfurecidas, trabajamos hasta quedar exhaustos, aguantamos noches sin dormir y pasamos hambre” (2 Corintios 6, 5).
En el fondo, se trata de la auténtica descripción del ministerio apostólico y del de los sucesores de los apóstoles, como “configuración”, no como simple “imitación externa”, sino como “inserción profunda y personal” con el Crucificado y Resucitado: en ese orden, ante todo la cruz, “Con Cristo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí” (Gálatas 2, 20) y luego —solo luego— la experiencia de la resurrección que Pablo anhelaba: “Todo lo que para mí tenía valor lo he dejado… y lo dejaría todo con tal de conocer al Señor Jesús y el poder de su resurrección” (Filipenses 3, 7-10).
Concretizar esta experiencia es siempre una labor “en silencio”, sin espectáculo, con aquella sencilla presentación de sí mismo y de su breve pero fecunda y amada labor pastoral en la Diócesis de San Marcos, que realizó el querido Monseñor Carlos Trinidad. Como pasa con los personajes de auténtica sencillez que huyen del aplauso “para no recibir ya en este mundo la recompensa” (Mateo 6,5) resulta inolvidable la modestia de palabra y de acción, siempre eficaz de quien fuera rector del Seminario Mayor de Guatemala —con más de 450 años de historia actualmente—, párroco y vicario pastoral en diversos lugares la Arquidiócesis de Santiago.
Cuando Pablo en fin, se refiere a ser “confortado, fortalecido” en relación a todo lo anterior sin duda tiene presente también la debilidad física que le fuera “concedida como un aguijón, por el que tres veces suplicó se le apartara, y por tres veces recibió la respuesta: Te basta mi gracia, pues mi poder se muestra en la debilidad” (2 Corintios 12,9). La ya aludida sencillez del recordado Mons. Carlos, tenía el sello de la santidad recomendada por el Papa Francisco: Aguante, Paciencia y Mansedumbre: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Romanos 8,31).
Una ofrenda por el bien de San Marcos y las luces y sombras de su compleja situación social y humana. “Aprende a sufrir por Cristo sin que los otros lo perciban” (s. Teresa de Ávila). Que la Solemnidad de la Ascensión del Señor celebrada mañana, ayude a contemplar la gloria de los mártires, de los hombres de buena conciencia que, mientras otros “lo abajan con el mal”, ellos hacen que “este mundo suba con el Resucitado” por los valores de modestia, el entusiasmo y sentido de humor: aquellos que no faltaron al pastor “de paso muy breve” del que San Marcos puede decir, como Jesús al enterarse de la muerte de Juan Bautista: “ Era la lámpara y ustedes pudieron gozar al menos un poco de su luz” (Juan 5,35).