Queridos hermanos y hermanas:
En su enseñanza dominical a su Iglesia, el Señor Jesús nos invita hoy a “deshacer el camino extraviado que nos ha alejado de Dios Padre” y retomar el camino hacia su casa: ese Camino que es el mismo Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (Juan 14, 5) ejemplo de la “obediencia verdadera” que nos hace de nuevo “hijos de Dios”.
En efecto: sabemos que el pecado es ante todo un “alejamiento del amor de Dios” y no simplemente el quebrantamiento de una norma.
La primera lectura del libro del profeta Ezequiel continúa la del domingo antepasado, y muestra el inmenso deseo divino de que el pecador (podemos decir “el que se aleja del amor de Dios”) se arrepienta, recapacite y se aparte del mal para entonces tener vida: ¡no dejemos nunca “para después el momento del arrepentimiento y el volver a la obediencia divina!.
Cuando pecamos “tomamos el camino de la autodestrucción” aunque el mundo alejado de Dios llame a ese pecado “ejercicio de libertad, soberanía absoluta, realización de las potencialidades”.
El salmo, como si nos hiciera escuchar al pecador que quiere volver al camino de Dios, clama: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”. Y bien lo hemos dicho al inicio, solo un camino es auténtico para volver a la Gracia de Dios: es Jesucristo, ejemplo de obediencia filial, como bien lo dice San Pablo: “Fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2, 5ss.).
Un camino de “alejamiento de Dios” no deja de ser la división en la familia, en la comunidad cristiana, en la Iglesia: ¡San Pablo nos insta a no vivir la división sino a tener todos unas mismas aspiraciones y una sola alma! (segunda lectura de la Carta a los Filipenses).
Pero es sobre todo el mismo Cristo quien en la famosa “parábola de los dos hijos” dibuja dos actitudes:
- La “falsa obediencia” de primer hijo (se supone que el mayor de ambos, y por tanto heredero de la viña) quien dice “sí” pero luego no cumple la voluntad del padre: ¡una dura imagen del antiguo Israel que “cumplía y mentía”, es decir, no vivía de corazón la Ley de Dios con una obediencia del diente al labio: ¡cuántas veces nosotros también, como por un miedo a ser sinceros con el mismo Dios a quien no podemos engañar, fingimos la obediencia, simulamos la religión verdadera, que no es de cosas que ofrecemos a Dios sino de un corazón sincero!;
- El segundo hijo, el “rebelde” que confronta al padre, es figura de los pecadores que Jesús más adelante explica: los publicanos y las prostitutas, cuyo pecado el Señor no niega pero remite a ellos porque “escucharon y se convirtieron”. Sin duda que quienes rodeaban a Jesús en aquel momento sintieron lo que muchos de nosotros: una fuerte llamada de atención, una alerta para examinar cómo vivimos nuestra relación con el Señor y qué tan sinceros somos cuando decimos pero no hacemos.
Pidamos al Señor que nuestra tierra que inicia este mes de oración intensa con María, Reina del Santo Rosario, tenga la actitud de ser de nuevo “verdaderos hijos de Dios”, no “impecables” pero sí capaces de arrepentirnos como lo dice el Papa Francisco.
Y que todos, en las situaciones particulares, vivamos una “Guatemala distinta” donde el culto a Dios refleje lo que ya dice él mismo en su Palabra: “Quiero obediencia y no sacrificios, prestar atención a mi ley más que la grasa de los corderos” (1 Samuel 15,22).