Queridos hermanos y hermanas:
Durante la hermosa y prolongada Fiesta de la cincuentena pascual, con alegría y devoción escuchamos de la Sagrada Escritura la enseñanza fundamental sobre cómo es la Iglesia del Señor Resucitado, no es un rostro irreal pero sí un alto ideal de vida: ¡como Cuerpo Místico del Señor hemos de extender su Reino y su presencia como nuestra propia vida, no solo con las palabras del anuncio, sino con una vida nueva en Cristo Jesús!.
Tres son los “rasgos” que la Palabra de Dios nos propone:
- La Iglesia del Resucitado es una comunidad fraterna: el relato de Hechos de los Apóstoles presenta a un grupo de verdaderos hermanos donde a ninguno le falta nada de lo esencial porque viven, como lo ha dicho tantas veces el Papa Francisco “una fe y una misericordia que tocan los bolsillos”. No es solamente la solidaridad (apoyar a nuestros semejantes), es el misterio del amor de hermanos, la fraternidad donde se descubre en cada uno el rostro del Señor de la Pascua. La fraternidad, más allá de la solidaridad, parte entonces del “cumplimiento del mandamiento del amor” que sabe descubrir las verdaderas necesidades físicas y espirituales de los hermanos. En la historia de la Iglesia en la vida de los santos como el Hermano Pedro de Betancur, ha actuado no un simple sentimiento de “filantropía” que puede mover muy bien los corazones de ciertas ONGs, a nosotros la caridad lleva a una entrega más profunda, movida por el amor como bien lo dice San Pablo “el amor de Cristo nos empuja” (2Co 5, 14);
- Es una comunidad fuerte en el testimonio de su Fe: la segunda lectura de la carta de San Pablo a los efesios indica que no somos cristianos por casualidad, por costumbre, por un hecho cultural, ¡tenemos una hermosa y altísima vocación a ser parte de la Iglesia de Cristo! Vocación que se vive como dice el apóstol en cierta tensión, “Que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza y de gloria”;
- Finalmente, la Iglesia del Resucitado es una comunidad donde “se ayuda al hermano a crecer en la Fe”: la segunda aparición de Jesús Resucitado a sus discípulos tiene una finalidad “misericordiosa”, el Señor ya ha venido pero en ausencia de Tomás y éste resulta ser “duro para creer” en el testimonio de la comunidad. Jesús vuelve precisamente por este “hermano difícil” y le da la oportunidad de creer incluso con la prueba de “por sus manos en las llagas”. En cierto modo Tomás representa muy bien a tantos católicos que han abandonado la Iglesia engañados por el evangelismo de las sectas pero sobre todo porque “no tienen fe en el testimonio de la familia, de la comunidad, de la Iglesia”.
El Señor como bien lo contemplábamos en el Año de la Misericordia nos da un ejemplo: hay que “volver a tocar el corazón incrédulo” y no distanciar y condenar al que tiene dificultades quizás por el mal testimonio, la falta de instrucción, el engaño de las sectas, por la obra del Diablo, en fin que se goza con que muchos pierdan la Santísima Eucaristía.
Dejemos que el Espíritu Santo nos haga cada día más “una comunidad fiel a su Señor Resucitado” mediante la oración, la asistencia fiel a la celebración de la Santa Misa y sobre todo, en la práctica de una fraternidad fundada en el encuentro del Señor en el hermano, sobre todo en el más pobre.