Queridos hermanos y hermanas:
El tercer domingo de Adviento es un momento especial en el camino hacia la Navidad: hoy se nos invita a vivir la “alegría por la cercanía del Salvador”. Este domingo era llamado antiguamente GAUDETE, palabra que significa “alégrense” y al igual que en el cuarto domingo de Cuaresma el color morado puede ser sustituido por el rosado, signo de la alegría de la comunidad que siente más cercano a su Señor.
Esa alegría tiene una doble característica: el Señor que se acerca “cambiará” profundamente nuestra existencia y si bien será su Gracia la que nos transforme, el mismo Señor pide nuestra colaboración responsable.
En la primera lectura del profeta Isaías “el cambio tan deseado” se dibuja ante nuestros ojos como un desierto que florece, así como por un “fortalecimiento de las rodillas vacilantes de un enfermo, o la salud para el ciego y el oído para el sordo”: ¡el Señor nos ofrece un futuro de vida plena y diferente, caminemos con fe, con alegría y con responsabilidad hacia la vida nueva en Navidad!.
En el Evangelio el segundo gran profeta Juan Bautista, prisionero en manos de Herodes, remite a Jesús a sus propios discípulos con una pregunta: ¿Eres tú el que debía venir o hemos de esperar a otro?. No es que Juan duda de Cristo, manda a sus enviados para que ellos reciban del mismo Señor la clave: lo prometido por Isaías ya se está cumpliendo; las vidas de tantos sufrientes en el cuerpo o en el espíritu ya están encontrando el futuro prometido.
Juan –prisionero como hemos dicho- no pide nada para si mismo, su alegría está en que sus discípulos hayan encontrado al deseado y esperado desde el Antiguo Testamento. Como bien lo enseña hoy el apóstol Santiago: en la paciencia vivida todos los días reside la fuerza de Fe y de la alegría cristianas.
También nosotros, hermanos y hermanas debemos alegrarnos no de los beneficios personales sino del bien de los demás. Y la clave de nuestra “verdadera alegría” como la llamaba San Francisco de Asís y el mismo Papa Francisco está “en que Dios transforme las vidas de todos los que lo necesitan”.
Alegrémonos pues, con esa alegría: huyamos de la banalidad del comercialismo de estos días y que mediante el Sacramento de la Confesión comencemos a sentir “las transformaciones hermosas” que la Gracia actúa en nuestra vida.
Que María, Inmaculada Concepción y también Señora de Guadalupe nos acompañen en estas semanas de alegría responsable, generosa y sobre todo hecha posible por el Espíritu Santo el verdadero autor de toda transformación de la verdadera “alegría del Evangelio”.