Queridos hermanos y hermanas:
En medio del maravilloso camino de las enseñanzas del Señor sobre la Misericordia del Padre, hoy como el domingo pasado, la Palabra de Dios propone un tema irrenunciable, realista: no es posible servir al Señor, escuchar y responder a su llamada sin vivir como el mismo Señor Jesús, el rechazo incluso por parte de aquellos a los que salvaba dando su vida.
En la primera lectura el profeta Jeremías es ciertamente una “imagen anticipada de la Pasión de Cristo” y de todos aquellos que le siguen. Inocente de toda culpa, el profeta es rechazado por su pueblo, abandonado por el rey y lanzado a un pozo.
Esa “pasión o sufrimiento de Jeremías” anticipa el de Cristo, lanzado también a la muerte por las tinieblas que quisieron vencer a la Luz como dice San Juan (Jn 1, 4). Sin embargo un personaje extranjero, Ebed-Mélek que quiere decir “servidor del rey” siente “misericordia” por el profeta y logra su liberación: ¡cuantas personas buenas en el mundo trabajan en verdad por la justicia, la vida y la verdad!.
En el Evangelio, Jesús también es rechazado por aquellos a los que vino a salvar: sus palabras sorprenden, pues habla de “venir a encender un fuego” y no la paz, a traer contradicción y división en las familias. Aquel al que la misma Palabra de Dios llama “Príncipe de Paz” (cfr. Is 40ss) y al que san Pablo llama “nuestra paz” pareciera provocar división y violencia incluso en la familia.
Nada más equivocado: en realidad el Señor quiere fortalecer a sus discípulos frente a la “contradicción y rechazo” que encontrarán en su camino.
De modo realista, aún en medio de este Jubileo de la Misericordia se nos invita al realismo: incluso para vivir esa misericordia hay que invocar la fortaleza del Señor y tener la disposición a ser en el mundo, como decía San Juan Pablo II, “signos de contradicción”.
Pidamos al Señor que la Familia viva la unidad fundada en la verdad: que unos y otros ayudemos a la Fe, la esperanza y sobre todo la caridad entre sus miembros, sin perder de vista que lamentablemente podemos bloquear unos a otros cuando alguien quiere vivir a fondo la vocación cristiana.
Sigamos el llamado de la Lectura de la Carta a los Hebreos para que logremos liberarnos del pecado que nos ata, y sobre todo cumplir con la “obra de misericordia”; vivir y ayudar a la fortaleza en el bien, la verdad y la justicia.
Que María en su Asunción, Madre de Misericordia, interceda por nosotros y vivamos esa fortaleza con la alegría del Evangelio.