Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo las maravillosas páginas del “evangelio de la Misericordia”, es decir, del Evangelio según San Lucas, este domingo resplandece en las páginas sagradas la relación entre Misericordia y Perdón.
El Papa Francisco en su libro “El Nombre de Dios es Misericordia” enseña que entre ambos hay una relación especial: la misericordia “no es quien perdona el pecado, eso lo hace el mismo perdón” pero la misericordia es aquella compasión sobre la situación del pecador, compasión que lleva al perdón.
Hoy, en la primera lectura del Segundo Libro de Samuel, ante el crimen cometido por el rey David (adulterio con Betsabé y asesinato de Urías) le es anunciado el castigo, pero ante su arrepentimiento, inmediatamente le es concedido el perdón cuando el profeta Natán le anuncia: “No morirás”.
Es una escena que prepara la revelación de la unión entre perdón y misericordia en el Evangelio: Jesús, invitado a cenar por un hombre aparentemente muy justo llamado Simón, recibe en la casa de éste un homenaje que Simón no comprende, la pecadora baña con su llanto los pies de Jesús y con su cabello los enjuga, porque Cristo es aquel que le ha perdonado.
Las palabras de Jesús no solo revelan la ignorancia de la actitud de agradecimiento de aquella mujer, sino que son un justo reclamo: quien no conoce el perdón, no es capaz de gratitud, y quien más perdón ha recibido más agradece.
Hermanos y hermanas: ¡Eucaristía quiere decir “acción de gracias” pues cada santa Misa es el reconocimiento del perdón que todos hemos recibido del Señor!. Cuidémonos pues, no solo de despreciar al pecador, pues bien puede alcanzar el perdón que nosotros no conocemos. Y cuidémonos también de pensar como Simón que en el fondo “despreciaba a Jesús” pues no reconocía al Señor Misericordioso.
Acerquémonos en cambio al Sacramento de la Confesión cada vez que podamos hacerlo, con aquella contrición o arrepentimiento que quiere sentir el perdón, el fruto de la Misericordia que Dios nos tiene preparado, y así vendrá la paz a nuestra vida al escuchar como David: “No morirás”.
Y comprendamos que siempre será muy difícil perdonar si no nos detenemos “con misericordia o compasión” ante el hermano que sufre, que se autodestruye o que se pierde a sí mismo por efecto de su pecado.