Queridos Hermanos y Hermanas:
Este Cuarto Domingo de Cuaresma, llamado “de la alegría” o “alégrate” y caracterizado por el color rosado de la liturgia, tiene un significado central en el Año de la Misericordia; la escena del Evangelio es nada menos que el tema de este jubileo del perdón al que nos invita el Papa Francisco, el encuentro con el Padre de Misericordia, con aquel que es “pródigo” o “derrochador” del perdón hacia el pecador que vuelve arrepentido a su casa. La hermosa historia en la que Jesús revela el amor de Dios, es una doble invitación:
- En primer lugar, a “sentir también nosotros el perdón divino”, aquel perdón que tantas veces nos perdemos cuando imaginamos que “Dios es como nosotros”, incapaces de perdonar o de esperar la vuelta del hermano que se ha equivocado y que nos ha ofendido. Con tanta razón el Papa Francisco nos dice, “Alguien podría decir: “Pero padre, ¡yo tengo tantos pecados que no sé si Él estará contento!” ¡Prueba! Si quieres conocer la ternura de este Padre, ¡ve a Él y prueba!, después, me cuentas. Porque el Dios que nos espera es también el Dios que perdona, el Dios de la misericordia. Y no se cansa de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.Pero Él no se cansa, ¡setenta veces siete! ¡Siempre! ¡Adelante con el perdón!… la vida de toda persona, que tiene la valentía de acercarse al Señor, encontrará la alegría de la fiesta de Dios. Es la alegría de “llegar a dónde esperábamos”, tal y como en la primera lectura del libro de Josué “el pueblo entra en la tierra y celebra la Pascua”, ya no habrá maná porque ya no hay camino de incerteza o de lejanía, pues se ha llegado a la tierra prometida. ¡caminemos también nosotros en la Cuaresma mediante las prácticas de la oración, el ayuno y la limosna (es decir las obras de misericordia) hacia el lugar de la felicidad plena en la Pascua!;
- Pero tal y como lo narra el Evangelio según San Lucas, la parábola del “padre de misericordia” la cuenta Jesús para aquellos que “se resisten a aceptar un Dios misericordioso”; mientras él acogía y se acercaba a los pecadores, a los publicanos y a los marcados como “indignos del perdón divino”, las gentes murmuraban. En la Biblia la “murmuración” significa la falta de Fe, la no aceptación de la voluntad de Dios, de su rostro misericordioso. En otras palabras, este domingo “nos alegra, si en verdad estamos viviendo la Cuaresma como camino hacia Dios mediante la misericordia practicada con los hermanos”. Por todo ello:
- Dejemos nuestros pecados, todo lo que nos envilece y deforma, y caminemos confiados a la casa del Padre Dios que nos espera dispuesto a devolvernos la dignidad perdida de “hijos suyos”, no retardemos la Santa Confesión, para entrever realmente en la absolución “la mano divina que nos levanta, abraza e inicia la fiesta de nuestra resurrección”;
- Evitemos la tentación de la soberbia del “hermano mayor” pensando que “nunca hemos hecho nada malo como para no pedir el perdón del Padre Dios”.
Y hagamos más intensa nuestra oración por la conversión de los actores de violencia, de vicio y de ofensa en la tierra escuintleca, especialmente en estos tiempos que no pueden ser de “devoción sin conversión y solidaridad”.
Que la Madre de Misericordia, que como habrá sucedido con la mamá del hijo vuelto a casa, también se alegra por nuestro regreso al amor de Dios, que María Santísima interceda para hacer posible el retorno a casa, la casa de la Divina Misericordia.