Queridos Hermanos y Hermanas:
La Palabra de Dios en este domingo nos presenta la escena central del Evangelio como continuación de aquella del domingo pasado: Cristo, revelador de la Misericordia del Padre y profeta que anuncia “el tiempo del perdón, de la liberación del pecado y de la muerte” pronuncia nuevamente que “las promesas de Dios” en la Escritura “se cumplen hoy”, es decir con su misma presencia entre nosotros.
Si alguien nos dijera que el médico y la medicina son lo mismo, nos costaría creerlo, pero en el camino de la Fe, aquel que nos a traído la salvación es el mismo que la realiza, Jesucristo: ¡Él es el hoy de Dios! Y estamos llamados a abrir nuestros corazones y nuestra vida a su anuncio y acción para tener vida nueva y alegría verdadera.
Pero, como el mismo Papa Francisco nos indica en sus enseñanzas para el Año de la Misericordia: “Hay quienes se resisten a este momento de Dios, quienes rechazan la misericordia divina”.
Cierto, ya en la primera lectura, cuando el Señor presenta a su profeta, en este caso la vocación de Jeremías, se indica que “habría contra él oposición” pero que el profeta no pude echarse atrás, sino ser fiel a su misión.
En el caso de Jesucristo, el más grande profeta y al que anunciaron todos los profetas se cumple el destino dramático de Jeremías:
- Ante el anuncio de la “hora de la salvación” Jesús es criticado porque tiene un origen humilde; ¡ay de los que buscan predicadores de elegancia materialista, artistas de falsos evangelios que encantan a los ojos pero desvían el corazón!. Como vemos, hay en nosotros un “amor a la grandeza, a la fama, al espectáculo (“le pedían que hiciera algún milagro delante de ellos”);
- En el fondo, aquellas gentes eran “nacionalistas ciegos” y rechazaban a quienes no eran de su pueblo; ¡también hoy hay quienes se sienten bien religiosamente porque se creen mejores que los demás, más dignos de Dios que los sencillos!;
- La escena termina cuando Jesús se retira; Él seguirá llevando el anuncio de la Misericordia para todas las persona, sin hacer distinciones de nacionalidad, de edad, de condición social. Aquellos se quedan en su pequeño y orgulloso pueblo, con su orgullo, con su prejuicio han rechazado al enviado de Dios.
¡Abramos nosotros nuestro corazón con humildad y no rechacemos la misericordia! Que en este Año tan especial, pueda el Señor cumplir lo que promete en la Escritura: “Miren que estoy a la puerta y llamo, dichoso quien me abre” (Ap 3, 20).
Y que como el mismo Señor nuestro Maestro, le imitemos como “misioneros de la Misericordia” en su servicio incansable a la Buena Nueva de la salvación; a pesar de rechazarlo, el mundo necesita urgentemente de ese “hoy” de la salvación que es el mismo Jesús de Nazareth.