Queridos Hermanos y Hermanas:
Luego de la Solemnidad de la Epifanía del Señor, donde Cristo, Misericordia del Padre se ha mostrado a todas las naciones representadas en los “reyes magos”, hoy con su Bautismo en el Jordán, él vuelve a manifestarse al pueblo de Israel que lo esperaba: la profecía de Isaías se ha cumplido y Dios nos muestra a su “siervo” que no ha venido a “gritar o clamar por las calles” o a “quitar la esperanza humana –la mecha que aún humea-“ sino a darles la alegría del Evangelio del perdón.
Lastimosamente aún se escuchan predicaciones de la manifestación de Dios como “castigo, amenaza y destrucción” para la Humanidad: ¡cuidado con los falsos predicadores de las sectas que visitan hospitales y cárceles, y van de casa en casa con un rostro falso de Dios!.
La humildad del “siervo que Dios muestra” es tan propia del espíritu cristiano: es el rostro del perdón, como dice el Papa Francisco. De hecho, como decía San Gregorio hace tantos siglos: “Cristo entra al Jordán sin necesidad de purificarse, pues no tiene pecado: más bien, mientras todos bajaban al agua para dejar allí sus culpas, Él desciende para tomar sobre sí nuestros delitos”, pues el es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
El Bautismo de Cristo “en las aguas del río” es imitado por los hermanos separados, pero lo importante no es la cantidad de agua, sino el poder de Dios que actúa cuando un niño se bautiza, es decir, cuando recibe por un poco de agua el poder ser hijo del Padre, hermano de Cristo, y templo del Espíritu Santo: ¡cuidado con los que bautizan solo en nombre de Cristo! pues faltan a lo dicho por la Palabra de Dios: el bautismo es en el nombre de la Santísima Trinidad.
Desde su Bautismo, Cristo ya no está oculto: comienza su predicación, su testimonio del Evangelio de la Misericordia, del perdón, de la cercanía al que sufre en el cuerpo o en el espíritu. También nosotros somos bautizados:
- Recordemos pues que el bautismo de niños incluso muy pequeños es el regalo que les damos desde nuestra propia Fe, aún cuando no lo comprendan en su infancia, como lo hace Pedro en casa del centurión Cornelio que “se bautizó con toda su familia, grandes y pequeños”;
- Recordemos que “tampoco nosotros podemos ya permanecer ocultos” sino que desde el Bautismo hemos de ser “testigos del amor misericordioso del Padre”: de la misma manera que es natural que un niño se parezca físicamente a su padre, también nuestro “parecido con el Padre del cielo” ha se sentirse en el mundo, como lo dice el mismo Jesús: “sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”.
Que desde el inicio del Año de la Misericordia testimoniemos “quién es nuestro Padre” e imitando a Cristo que entra a cargar con nuestras culpas, ayudemos a los demás a sobrellevar sus padecimientos en el cuerpo o en el espíritu.
Así podrá decirnos Dios Padre a cada uno lo que manifestó de Cristo en el Jordán: “Tú eres mi hijo en quien me complazco”.