Queridos Hermanos y Hermanas:
Iniciamos hoy con gozo el tiempo de Adviento, cuando anualmente recordamos agradecidos la primera venida de Cristo en Navidad y nos preparamos para su segunda venida con el deseo intenso de los primeros cristianos que ha quedado grabado en el último libro de la Biblia: “!Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).
Es un tiempo parecido a la Cuaresma, no solo por el color morado de la Liturgia, sino porque se nos invita a la conversión, al cambio de vida para que “llegue hasta nosotros el Señor que tanto deseamos”.
Este Adviento del año 2015 es sin duda especial: desde el 8 de diciembre con la Solemnidad de la Inmaculada iniciaremos el Año de la Misericordia al que nos ha invitado el Papa Francisco: ¡Aquel que viene es nada menos que Jesucristo, quien nos ha mostrado y ha hecho presente la Misericordia de Dios en la historia humana!.
Por ello, ya este domingo la Palabra de Dios nos prepara a vivir el Adviento como un tiempo de “consolación” pues el Señor levantará la ruina que deja siempre el pecado en la vida humana, nos dice el profeta Jeremías en la primera lectura.
San Pablo por su parte también nos exhorta a vivir “como agrada a Dios”: es decir, a diferencia de los falsos valores del mundo, más bien en la práctica del bien y de la verdad. Pero es sobre todo el mismo Jesús en el Evangelio quien nos invita a una “espera vigilante muy atenta y responsable”:
- Nos dice que “cosas terribles sucederán en el momento final” y con ello, lejos de provocar en nosotros el temor y el comenzar como sucede en las sectas, a ver “signos del fin del mundo” en las guerras, las catástrofes, se nos llama a la “conversión” que es propia del Adviento: ¡no podemos vivir nuestra existencia sin la conciencia de que nos acercamos al Señor y de que él mismo viene constantemente a nuestra vida!;
- Pero en un segundo momento, el Señor llama a “levantar la cabeza” que es un signo de elevamiento del ánimo y de la esperanza. El dice. “porque se acerca su liberación”, y es este el punto central, la verdad que puede iluminar nuestro Adviento: repito, como los primeros cristianos no nos interesa un “fin del mundo” sino la “venida de Aquel que nos dá la libertad plena y verdadera”, el Dios misericordioso, cuyo rostro Cristo, con su amor ha mostrado.Es exactamente lo que viviremos en el Año de la Misericordia: la salvación, la liberación de Dios se ha hecho “cercana” como el Buen Samaritano al herido del camino.
Por tanto, en este primer domingo de Adviento, cultivemos la esperanza: que mediante la oración y la reflexión de la Palabra de Dios tengamos la certeza de que “ya viene el Señor misericordioso” y “se está acercando” para curarnos y darnos vida, como hemos de hacer nosotros con todos aquellos que necesiten de nuestro amor y de nuestra atención y cuidado sea en el cuerpo o en el espíritu.
¡Iniciemos con María, Madre de la Misericordia la preparación espiritual mediante la confesión y las obras, de amor, para que “en cada corazón se preparen los caminos del Señor” en responsabilidad, en caridad, en misericordia.