Queridos Hermanos y Hermanas:
Entrando a la serie de domingos que nos acercan al final del año litúrgico, hoy la Palabra de Dios nos propone reflexionar sobre dos actitudes importantes para todo discípulo misionero de Jesucristo, dos actitudes que podemos “evaluar” si las hemos vivido o no en el año que transcurre:
- La sencillez: un rasgo de vida que estamos llamados a aprender del mismo Jesús, “manso y humilde de corazón (Mt 11,29): es la forma en que nos acercamos a Dios presente en los más sencillos, como el gran profeta Elías, es invitado por Dios a viajar a un mundo de pobreza y hasta de carestía. Elías, tan favorecido por Dios en toda su vida debe “aprender de los sencillos”, aquella mujer y su pequeño hijo, a quienes a pesar de todo, Dios ve desde el cielo y por el ministerio del profeta cambia su destino de muerte en vida abundante, pues luego de compartir con sencillez y con fe en la palabra del hombre de Dios “ni la tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó”: ¡Dios pide esa fe y esa sencillez para poder entrar y actuar en nuestras vidas!;
- La generosidad: otro rasgo de Dios mismo que “siendo rico se hizo pobre para salvarnos” (2 Co 8,9): es la actitud de salir de sí mismo con fe en Dios, algo opuesto al temor del avaro, del que está apegado a sus bienes o solo da algo a cambio de la fama, como los escribas y los que daban mucho para ser vistos. Si la primera actitud se daba en la mujer viuda y pobre de Sarepta, la generosidad total se da en aquella “pobre viuda” que echó como limosna todo lo que tenía para vivir. ¡Tengamos cuidado sin embargo pues este texto se usa en las sectas y negocios que se mal llaman “iglesias” para hacer una especie de extorsión “aparentemente voluntaria” en su recaudación de dinero!. Imitemos más bien a ambas mujeres: cuando se acude al llamado del necesitado aunque desconocido –como la viuda de Sarepta- Dios acude con su providencia de tantas formas. Cuando se pone lo que se tiene –poco o mucho- a disposición de Dios y especialmente con orientación hacia los más necesitados, la mirada de Dios no se aparta de este gesto.
Evitemos por tanto lo opuesto a la sencillez: aquella pretensión de ser tenidos como importantes y “pedir reverencias” de ellos, como hacen los fariseos a los que Jesús critica. Evitemos encontrar siempre la tentación de la fama sobre lo que damos: ¡cuántos gastan más en propaganda de lo que hacen, que en la verdadera caridad!.
Y comencemos a “evaluar nuestro año cristiano” sobre estas dos actitudes fundamentales (sencillez y generosidad) teniendo presente que la Iglesia verdadera de Cristo no busca la gloria humana y menos servir “a dos señores, Dios y el dinero” sino que hoy “con rostro de mujer” se refleja en aquellas dos creyentes en la Palabra y en la mirada de Dios, cuyos nombres no conocemos pero cuya recuerdo ejemplar ha quedado escrito para siempre.