Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Palabra de Dios tiene hoy como escena central el famoso encuentro entre Jesús que “sale al camino” y un hombre bueno, al menos cumplidor de los mandamientos que le fueron enseñados por sus padres. Un hombre –en San Mateo se habla de “un joven”- que siente que algo no está resuelto en su vida: le falta algo “más radical” en la práctica de la Fe.
Si notamos bien, en la enseñanza de este domingo, ese hombre servirá de ejemplo a Jesús para llamarnos a seguirlo “teniendo presente el primer mandamiento” de la Ley de Dios: amarlo a Él sobre todas las cosas (Éxodo 20, 1ss).
En el relato podemos notar:
- Hay una cierta práctica de la Fe (que puede ser en nuestro caso la Fe cristiana) que “no es suficiente” en cuanto estamos llamados a darle a Dios lo que Él nos pide, no entendiendo esto en el sentido materialista como hacen las sectas fundamentalistas que estafan a las personas con este pensamiento: el Señor quiere más bien, y nos lo pide claramente, el primer lugar en nuestro corazón;
- En el caso del “hombre bueno” que cumplía la Ley de Dios como lo demuestra a Jesús, hay sin embargo una “idolatría escondida”: su apego enorme a las riquezas. San Agustín llamaba a las riquezas “el ídolo de la iniquidad” porque ciertamente pueden dar seguridad y estabilidad a una persona, a una familia, pero no son capaces de darle el Bien Supremo que es Dios mismo. “La riqueza es hoy por hoy una forma de idolatría que produce lo contrario a su misión: en lugar de hacer un mundo de más suficiencia para todos, nos da un mundo de exclusión de muchos por la avaricia de otros” nos dice el Papa Francisco constantemente;
- En el fondo, a este hombre “le falta sabiduría para elegir”: esa sabiduría que no es capacidad de calcular, saber datos, tener maestrías universitarias en ciertos campos, sino “acertar” en una orientación de la vida que tome en cuenta a Dios como el mayor tesoro. Imaginemos que ese hombre tenía muchos bienes porque era un hábil negociante, un empresario talentoso, un trabajador dedicado: a esas potencialidades suyas, a esos dones que Dios le dio faltaba uno que debía haber pedido, como Salomón dice en la 1ª. lectura: “Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría»;
- Si notamos bien, esa sabiduría es una forma de la Fe cristiana, un don del Espíritu Santo recibido en el Bautismo que nos orienta a optar por Dios y sus caminos antes que por un “negocio productivo” o por “bienes muy grandes” pero que pueden estar reñidos con la voluntad de Dios, con la moral cristiana, con los valores humanos y cristianos.
Pidamos al Señor “saber elegir” y sobre todo “saber elegirlo a Él” para no vivir la tristeza de aquel hombre bueno, pero poco sabio. Y continuemos orando por el Sínodo de la Familia para que ella sea “escuela de sabiduría” enseñando a elegir siempre y con alegría a Dios como el mayor tesoro de todos en casa.