Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Después de varios domingos dedicados a recibir la enseñanza del Evangelio según San Juan sobre el “Pan bajado del cielo”, es decir, sobre el alimento de la Santísima Eucaristía, volvemos hoy al Evangelio según San Marcos, con una enseñanza fundamental: la relación entre la “Ley de Dios”, sobre el camino de vida trazado por sus preceptos, presente en sus mandamientos, y la forma –buena o mala- en que esa Ley divina está presente en nuestros corazones, en nuestra existencia.
La lectura del libro del Deuteronomio invita al antiguo Israel y también a nosotros a “escuchar y practicar los preceptos, las normas de vida” que el Señor dio al Pueblo al salir de Egipto: ¡esa Ley divina era el sello especial de Israel entre los demás pueblos!. En la medida en que Israel guardara la Ley de Dios sin “cambiarla o deformarla” tendría no solo la admiración de otras naciones, sino también aseguraría su presencia en la Tierra Prometida.
Sabemos que no fue así: Israel “perdió el sentido de la Ley” y la redujo a muchos preceptos o normas secundarias. Los estudiosos de la Biblia afirman que de 10 mandamientos se dedujeron 605 leyes “secundarias”: 365, uno para cada día del año, más 240 uno por cada hueso del cuerpo (¡¡). En el fondo, el Israel antiguo “no puso la Ley de Dios en su corazón” sino en su mente, manejando la voluntad de Dios a su conveniencia.
Y es que “el corazón” en lenguaje de la Biblia es el “centro de las decisiones, de los valores, de los sentimientos, del caminar o no según quiere Dios”. Por ello en el Evangelio Jesús condena la atención a una práctica externa de preceptos que no comprometen el corazón humano: llama “hipócritas” a los escribas (expertos en la Ley) y a los fariseos (observantes severos de la misma) que critican que sus discípulos comen sin lavarse las manos (un precepto más religioso que higiénico: se trataba de purificarse del contacto con cosas pecaminosas, como las monedas extranjeras).
Y el Señor indica el problema de fondo: es el corazón humano lo que ha llegado a ser impuro. Mientras que la Ley de Dios es un camino hacia la vida plena, hacia una adecuada relación con Dios, su mal cumplimiento, o su falso cumplimiento en detalles externos, indica que “ese centro de decisiones, de afectos, etc.”: el corazón humano, está lleno de malas intenciones, fornicaciones, robos, adulterios, etc.
Hoy, la comunidad del Pueblo de Dios, la Iglesia, está invitada a reflexionar si en verdad acoge la Ley de Dios de forma que ello comprometa a fondo las decisiones, los afectos, etc,. ¡Un camino difícil! ¿cómo cambiar el corazón, sobre todo si está “acostumbrado a vivir en el pecado”?. Para ello, hemos de acudir a Aquel que puede “sanar, renovar nuestro corazón”.
Recordemos la indicación de San Agustín que celebramos hace dos días: “La Ley fue dada, con su dificultad, para que invocáramos la Gracia de Dios”.