El “pastorear” se vive hoy con dificultad en el ambiente de infidelidad, de una fe dividida por sectas.
Una buena traducción —aunque parezca muy literal — de la afirmación de Cristo en la Buena Noticia del IV Domingo de Pascua “Yo soy el buen pastor” (Juan 10, 11) es: “Yo soy el pastor, el bueno —del griego Ἐγώ εἰμι ὁ ποιμὴν ὁ καλός (ego eimi jó poimen, jó kalós)—: es decir, el Señor ya hace una distinción entre “diversos tipos de pastores”, correspondiendo a los “no buenos” aquellas autoridades civiles y religiosas de su tiempo que en nada “daban la vida por las ovejas”, sino más bien hacían de la autoridad un negocio, un estrado personal de gloria, alejados de todo servicio a fondo.
Así se deduce:
1) El “pastorear” desde diversos ángulos de la actividad humana —comercio, política, netcenters, etc., etc.— debe ser objeto de aquel “discernimiento” indicado por papa Francisco: no solo hay lobos con piel de oveja, sino rapaces con disfraz de pastor en cualquier ámbito humano.
2) Propio “del pastor, el bueno”, es decir, Jesucristo, es el sello de su vida “dada por las ovejas”, tal y como celebra la Iglesia en el misterio pascual: el pastor muerto, resucita y reúne a su rebaño para guiarlo por la senda de la Verdad hacia la Vida.
3) Ello, porque las ovejas en el mundo antiguo eran “su heredad” (en hebreo su segulláh) y parte cotidiana de su vida. Analfabetos como eran, los pastores no sabían contar, por ello “conocían a las ovejas por nombre” y establecían con ellas una relación no de conveniencia económica —tantas ovejas, tantas ofrendas, tanto ganado o perdido—, sino amorosa y por lo tanto, cuidadosa.
4) Cuidaban a las ovejas no para el pérfido negocio religioso del “diezmo por sobre todo”, sino por el interés profundo en llevarles al mejor destino de agua y pasto abundante, interesados en ellas antes que en sí mismos.
5) La distinción, pues, entre “el pastor, el bueno” y las caricaturas y deformaciones del “liderar, conducir, orientar”, como si de una empresa comercial se tratara y que tantos ejercen en su provecho, tiene un criterio: el “dar la vida cotidianamente” e incluso a través del martirio, de la donación de la única vida. La Iglesia católica recuerda siempre a sus “pastores mártires”, a tantos obispos, sacerdotes, pero también religiosos(as) y laicos(as) que han llenado dicho perfil de “pastores de los buenos”, sin ser movidos por ideologías, sino por “conocer por nombre”, es decir, en su propia realidad de sufrimiento a las ovejas.
6) En este mismo mes de abril se recordará el día 26 al obispo Juan Gerardi y a tantos de sus colaboradores —algunos beatos—, que más allá de la toda lógica de la conveniencia y de temor humano “dieron la vida por su rebaño”.
7) Por ello, en la Jornada de Oración por las Vocaciones (IV Domingo de Pascua), el papa Francisco pide orar por la juventud, tan “pastoreada” hoy por los medios digitales, para que oriente su vida no por cosas o sentimientos o textings, sino por la persona de Cristo. Pide oración para que no falten “pastores de los buenos” que sean artífices de esperanza y constructores de la paz: nada tan fatal que el uso de la religión para motivar venganzas, guerras, corrupción bendecida, etc. Pide que haya pastores que “caminen con su pueblo” sinodalmente, “escuchando y no solo hablando” a los suyos. Y pide, en fin, por el “valor de involucrarse” y no ser meros espectadores de las desdichas del mundo y de su grey. (Mensaje para la 61 Jornada por las Vocaciones).
El “pastorear” —ya desde la paternidad y maternidad responsables en familia— se vive hoy con dificultad en el ambiente de infidelidad, de una fe dividida por sectas —lejos del ideal “un rebaño, un pastor”—, por lo que urge en tiempos de egocentrismo y de posverdad, seguir al Buen Pastor que lleva “a la verdad de la naturaleza, a los pastos abundantes de caridad” (cf. San Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel).