A la constante búsqueda humana de novedad responde de forma dramática y tajante el libro del Eclesiastés 1, 9: “Lo que ha sido, eso mismo será. Y lo que se ha hecho, eso mismo se hará; y no hay nada nuevo debajo del sol”.
Su intención no es el desaliento, el pesimismo ante la desesperación para los que sienten el eterno retorno de la violencia y la mentira como instrumentos de una injusticia que quiere perpetuarse sobre personas y pueblos. Al contrario, indica que “por sí mismas las cosas —remodelaciones económicas, nuevas fuerzas comunitarias— no cambian nada si no cambian antes las personas”.
Debatiéndose en conciliar la injusta discriminación racial y a la vez la paz por la vía del perdón decía Martin Luther King (1929-1968): “El que no es capaz de perdonar no es capaz de amar”, cuyo “sueño de una nación diferente” se celebró hace poco en su 60º aniversario (1963-2023).
La Buena Noticia del XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, no contiene un reto matemático de Jesús a Pedro —¿cuánto es setenta veces siete?—, sino el aporte del Evangelio a la “reconstrucción de la fraternidad mediante el extraño fenómeno del perdón” (Papa Francisco, “Todos hermanos” (4 de octubre 2020). Es decir, el “perdonar siempre” en lugar del rencor y el atentado es la clave no para la “injusticia institucionalizada” contraria la definición suum cuique tribuere —dar a cada uno lo que le corresponde—, sino el eco de la experiencia humana frente a un Dios —el de Jesucristo, especialmente en el Nuevo Testamento—, que “no trata según las culpas, sino otorga el perdón» (cf. Salmo 103, 10). Sí, perdón procede de “per” (permanencia, solidez) y “don” (lo gratuito, lo no merecido); actitud que nace de la propia experiencia. Dios sólo nos pide “Haz lo mismo, aprende a perdonar”, no sigas con esta cruz infecunda del odio, del rencor, del “me la pagarás”. Esta palabra no es cristiana ni humana. “La generosidad de Jesús nos enseña que para entrar en el cielo debemos perdonar” (Papa Francisco 25 de marzo 2022).
La ilustración de la relación entre una justicia que no se puede dejar de reclamar y el perdón cristiano, la propone Jesús en la parábola del “hombre perdonado que no quiso reflejar su experiencia reciente” y “ahogaba a su hermano reclamándole lo suyo”:
1) Es una indicación de vida para la Iglesia, que no es el lugar de los perfectos sino de los que han sido perdonados (Papa Francisco 13 abril 2016);
2) El que “no puede transmitir el perdón recibido”, en el fondo no ha ni comprendido ni agradecido ese regalo;
3) Es quien “reclama justicia” pero en el fondo quiere “venganza” (Jaime Balmes 1810-1848), llegando a cualquier medio —la extrema judicialización de la comunidad, por ejemplo (cf. Comunicado Conferencia Episcopal de Guatemala septiembre 2023);
4) Allí se pierde la oportunidad de una Patria nueva, que celebrando 202 años de “independencia”, en el fondo sigue atada por la cadena del resentimiento y perversión de la justicia en “nombre de la legalidad”. Decía Blaise Pascal (1623-1662): “La fuerza sin justicia es tiranía”. En las fiestas patrias, hoy como nunca es importante colocarse ante Aquel quien perdonando en su Hijo, otorgó la libertad verdadera.
Es impostergable retomar la justicia ordenada a “reconstruir la paz” y ejercerla no desde una conciencia manchada —esclava de intereses, de temores, de sombras—, sino a una liberada con la experiencia del perdón. Es, en fin, el camino a la paz social, un don divino al que corresponde una tarea humana. Que Nuestra Señora la Virgen de Dolores, celebrada el 15 de septiembre, interceda para que una Guatemala “distinta y renovada” acoja a las nuevas generaciones que juzgarán si se usó la “justicia ilegal” —algo contradictorio pero penosamente posible— para cometer injusticia y perpetuar el conflicto.
Ella se unió a la petición de perdón de su Hijo en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).