El inicio de la Semana Santa propone uno de los momentos más dramáticos en la vida de Cristo: el ser objeto de esperanza de un reino no comprendido y el ser rechazado porque ese reino —si bien es el auténtico querido por Dios— no llenaba las esperanzas inmediatistas de sus paisanos y de tantos a lo largo de los siglos. El recordado Papa Benedicto XVI invita a contemplar la escena de la “entrada triunfante a Jerusalén” con los detalles que la liturgia católica desde hace tantas centurias repite en la famosa procesión:
1) Jesús asume ciertas señales de su “ser el rey o mesías esperado” —entrar con aclamaciones—, pero con tinte diferente: el escoger un burrito y no un hermoso corcel era ya algo esperado. David había pedido que su hijo fuera llevado en una mula para ser ungido (cfr. 1 Reyes 1, 33 ss) es decir, no era algo nuevo, a no ser por la actitud de Jesús mismo que no pretendía “apoderarse del trono de Herodes o sacar a Pilatos de Jerusalén”, sino quiere hacer un “servicio inesperado”, dar la vida por aquellos que ni sospechan que su reino, en efecto, supera a los del mundo (cfr. Juan 18, 36);
2) Él es el “siervo de Dios” que vino para “ese servicio”, el designado para ser una víctima inocente que por la entrega de su vida salvará a los demás (cf. Isaías 53, 1 ss);
3) Él permitirá que lo aclamen con el Hosanna, signo también de alegría de los que esperan en Dios junto con lo dicho con aquel “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Salmo 118, 3 ss). Pero acá comienza el problema:
3.1) Con su entrada humilde, sin deseo de hacer presión social y política de populismo, Cristo aclara que “el reinado de Dios” inicia con el despojo del poder mal habido —como en el caso de los príncipes asmoneos y sus sacerdotes Anás y Caifás—, comienza con el “despojo de sí mismo”. Él pasará de los olivos que lo aclaman a las espinas que lo atormenten cuando surja la inconformidad con este tipo de rey gobernante desde una cruz;
3.2) Jesús permite que el signo de “poner los mantos a su paso” tenga lugar, antiguo signo real (cfr. 2 Reyes 9, 13), como no queriendo frustrar las esperanzas de bien y de justicia, de verdad y de perdón, pero orientándolas a otro fin, el de enseñar a “servir dando la vida” por el pueblo de Dios;
3.3) Al final, su entrada gloriosa —la de los olivos y ramas de árboles— lo encaminará a las espinas, azotes, torturas y clavos de su Pasión por querer ser un “rey diferente”, venido a “servir” y no a “servirse”. Recientemente, en su mensaje sobre la elección de las autoridades a elegirse en el país, la Conferencia Episcopal llama a todos —candidatos y electores— a no “buscarse a sí mismo”, sino a asumir el camino social donde la vida no sirve, si no se sirve (Papa Francisco, Homilía Domingo de Ramos, 05 de abril 2020).
En el ya próximo camino de aclamaciones políticas, sinceras o fabricadas, quedará olvidado Aquel que de los ramos pasará a las espinas por dar la vida sirviendo. Así lo dice el antiguo diálogo de Platón, la República, 300 años ante de Cristo: “Si algún rey quiere reorientar el mundo de su desorden y corrupción, yo te aseguro que será atormentado”. La fidelidad de los cristianos a ese Cristo servidor queda a prueba: seguirle o “seguirse”. Pero “Dios Padre, que sostendrá a Cristo en la cruz ya con las espinas, nos llama al servicio y no a la gloria del poder que pasa… nos anima desde hoy —especialmente a los jóvenes como aquellos que aclamaban a Jesús— a servir, perdonar, cuidar de los otros, en la familia, en la sociedad, diciendo sí al amor sin condiciones y acompañando a Cristo siempre” (Papa Francisco, Homilía Domingo de Ramos, 05 de abril 2020).