Vivamos la misericordia, reflejemos la misericordia

Queridos hermanos y hermanas:

Ya durante el maravilloso Año de la Misericordia, verdadero regalo del Papa Francisco, se nos invitaba a “colocar la viga central en el edificio de la Iglesia”, la misericordia, el amor de Dios que ha sido “derramado en nuestros corazones” (Rm 5,5) precisamente para que lo acojamos y llevemos al mundo como el mejor anuncio, “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo” (cfr. Jn 3, 14-16).

Hoy la Palabra de Dios, como parte de la enseñanza del Señor sobre la misión, se nos indica:

  1. Que creemos en un Dios cuyo rostro es sobre todo el de un “constructor de la paz” y no el de un guerrero, como tantas veces se cree y predica, ¡volvamos con alegría a la paz de la contemplación del Dios de la misericordia!. En efecto, ya el salmo responsorial nos invita a proclamar: Acuérdate, Señor, de tu misericordia
  2. Pero es el mismo Señor Jesús quien según el uso de los rabinos en el antiguo Israel, coloca un “yugo” o enseñanza en sus discípulos. La imagen nos parece fuerte pero es muy simbólica, ya el Pueblo de Israel fue denunciado por Dios como “de dura cerviz” (la parte del cuello de los bueyes que llevaban el yugo del arado).

Es decir, se trata de un pueblo rebelde a la Ley del Señor, que sin embargo  en tiempos de Cristo sí constituía un “peso enorme”, de los 10 mandamientos, los maestros de la Ley habían sacado 613 preceptos (365 positivos, uno por cada día del año, y 248 negativos, uno por cada hueso del cuerpo).

¡Tantas veces, como aquellos maestros de la Ley colocamos mandatos, normas, reglas que, si bien pueden ser buenos para avanzar en la vida de familia, pero a cuyo cumplimiento no ayudamos para nada!.

San Pablo dice: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas” (Gal 6, 2-10). Tal situación se hace nueva, Jesús ofrece un yugo “suave y una carga ligera”, como bien lo dirá San Juan en su 1ª. Carta, se trata de mandamiento del amor (1Jn 2, 1ss).

Dos condiciones son necesarias para vivir en ese régimen nuevo, diríamos, en el verdadero Nuevo Testamento:

a) Tener un corazón sencillo, que con pureza busque la gloria de Dios en el bien de los hermanos: ¡si no tenemos un corazón purificado de intereses y malas intenciones no podremos comprender el camino del bien reservado a los sencillos!.

b) Ir a Jesús, como él lo dice “Vengan a mí los cansados y sobrecargados”, un ir que se entiende como discipulado de imitación del Corazón de Cristo, que no se buscó a sí mismo, sino se entregó al amor al Padre y a los hermanos.

Que en la vida personal y familiar, que en el compromiso comunitario podamos en todo momento “reflejar el amor de Dios” no predicar la ira de Dios como se hace en las sectas fundamentalistas derivadas del error del Protestantismo.

Que ese “cambio de corazón, de actitudes de guerra a las de paz” nos haga pedir como San Francisco: “Señor, hazme instrumento de tu paz”. Para que esa paz sea posible a pesar de la violencia tan común en Escuintla y en Guatemala.

Como bien lo afirmaba San Agustín de Hipona: “Si he predicar la paz, no comenzaré por la plaza, sino entraré en cada hogar”.