Sufrió por Misericordia

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo nos es revelada por la Palabra de Dios una verdad importantísima de la salvación: Cristo, el Hijo de Dios se acercó a nosotros de tal manera que, como bien dice la Carta a los Hebreos “se hizo en todo semejante, menos en el pecado” (Heb 2,17).

En efecto, si reflexionamos, aquello que une más a las personas no es el pecado, no es el mal: el efecto del pecado y del mal es la división, la separación. El sufrimiento en cambio, como fruto del amor que acerca entre sí a las personas, siempre une.

Y quiso Cristo unirse tanto a nosotros que participó de nuestro dolor, para redimirnos de ese dolor: como un médico que se acerca tanto al enfermo que se contagia y sufre él mismo pero logra la salud de aquel enfermo; ¡Qué grande es la misericordia de Cristo, reflejo del amor de Padre, para hacernos ricos y salvos, él mismo se hizo pobre y fue puesto en la cruz, instrumento de condena!.

Ya la primera lectura presenta la promesa del Señor de derramar un “espíritu de piedad y compasión para ver al que traspasaron”; ¡es el sentimiento que tenemos ante el Señor Nazareno, o el Crucificado! Sabemos que su dolor no era merecido, pero para acercarse a nuestra debilidad tomó parte en ella –no la debilidad del pecado, repetimos- sino de las consecuencias de sufrimiento y muerte.

En el Evangelio Jesús pregunta a sus discípulos sobre su identidad. Entre las respuestas está aquella de Pedro: “Eres el Mesías de Dios”, respuesta “parcialmente buena” pues un “mesías” o “ungido” era un caudillo que liberaba al pueblo mediante las armas y  la violencia.

Pedro acertó, pero Jesús completó cuando dice que el Hijo del hombre –Jesús mismo- debe padecer, morir y resucitar: ¡Cristo ya les enseña, como en el camino de Emaús, que la salvación viene al acercarse tanto al ser humano que sufrir como él y morir como él es la vía de la solidaridad que lleva a la resurrección!.

Y sin embargo, esta enseñanza importante del Señor (vino a sufrir para vivir la misericordia con los que sufren) la remite al discípulo cristiano: “Si quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz cada día y me siga…”.

Jesús misericordioso al punto de “sufrir con los que sufrimos” aunque no lo merecía, nos invita a acercarnos también nosotros a toda persona que sufre en el alma o en el espíritu, ¡cuántas veces nos alejamos del que sufre en lugar de acercarnos a él! ¡Cuántas veces rechazamos el dolor porque no vemos en él el camino de la solidaridad con los demás!.

Pidamos al Señor que en este Año de la Misericordia nos inspiremos en “aquel que traspasaron injustamente” y estemos dispuesto a la fatiga, al cansancio, a toda dificultad con tal de llegar a los que sufren, pues la misericordia acerca, la soberbia y el amor falso distancian y separan.

Que nos acompañe María, que estuvo “al pie de la cruz” viviendo de cerca y sufriendo ella también, es modelo de “estar con” para poder hacer presente la esperanza y el Evangelio de la vida en todo ambiente de muerte y angustia humana: ¡Madre de la Misericordia, ruega por nosotros!.

Firma Monseñor Víctor Hugo Palma