Queridos hermanos:
El cuarto domingo de Pascua es llamado del “Buen Pastor” pues hoy vivimos y celebramos el encuentro con Aquel que fue “pastor herido” para que se dispersaran las ovejas -como lo dice el mismo Jesús en la Última Cena, Mateo 26, 31, citando la profecía de Zacarías 13,7-, pero que ha vuelto a la vida y “reúne de nuevo a su rebaño para guiarlo hacia el pasto abundante las fuentes de la vida” según el Salmo 23 tan conocido: ¡escuchemos su voz y sigamos con fidelidad al Buen Pastor!.
Es la maravillosa reacción de muchos habitantes de Jerusalén en la primera lectura de Hechos de los Apóstoles: “los paganos se regocijaban y abrazaban la Fe”. Es decir, el rebaño del Buen Pastor iba creciendo a pesar de la negación de su resurrección por parte de las autoridades y aún por encima de la pequeñez social y humana de los anunciadores de su resurrección.
Más allá de las fronteras de cultura, de raza, de pensamiento el nuevo y creciente rebaño puede decir “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo, aleluya” –Salmo 99-. Sabemos en la Fe Católica que se trata de un rebaño incontable, no solo por los 1, 300 millones de católicos en el mundo y de los otros 900 millones de “hermanos separados” sino porque pasado, presente y futuro de ese rebaño están destinados a ser “esa multitud incontable” de los seguidores del Cordero en la segunda lectura del Apocalipsis.
Ellos “han lavado su vestido blanco en la sangre del Cordero”, es decir, más allá de lo ilógico del lenguaje, ellos -¡nosotros mismos!- por el bautismo, somos seguidores gozosos del Buen Pastor en toda la historia de la Humanidad.
Pero Él mismo señala hoy una condición de vida para seguirlo: “escuchar su voz”, es decir, la voz de la Iglesia, según aquello de que “quien a ustedes escucha, a mí me escucha”, ¿una obediencia ciega e irracional?. No, más bien un actitud contraria al subjetivismo de hoy en día, soy cristiano pero hago lo que quiero moralmente, me fabrico mi propio sentido de lo bueno y de lo malo, escucho la Palabra pero pongo más atención a la mentalidad del mundo que me rodea y constantemente me llama al vicio, al materialismo, etc. Son las “otras voces que quieren guiarme”.
Una cosa es segura: quien decide con la Gracia del Espíritu Santo “escuchar y seguir al Señor” no lo tendrá fácil en un ambiente de idolatrías. Pero también es seguro como Cristo lo dice: “Nadie podrá quitarme mis ovejas, porque me las ha dado mi Padre”.
Es lo que nos lleva hoy a orar por las “vocaciones sacerdotales”, es decir, a pedir al Buen Pastor que haya jóvenes a los que dice Papa Francisco: “Hay que tener la valentía de arriesgar por la promesa de Dios”.
Examinemos “a quien escuchamos y hacia donde están llevando nuestra vida esas voces”. Pidamos al Señor buenos y santos sacerdotes, seguros de que las debilidades de la misma Iglesia de la que hoy se habla tanto, no equivalen ni mínimamente a la riqueza de “ser llamado a ser sacerdote, religioso(a) y ayudar al Buen Pastor” a que no pierdan tras tantas promesas falsas de vida, ni la existencia ni la esperanza de sus amadas ovejas, por quien Él mismo dió su vida y la recobró en la resurrección. Aleluya.