¡Imitemos la Divina Misericordia del Resucitado!

Queridos Hermanos:

Desde el pontificado de San Juan Pablo II, el segundo domingo de Pascua tiene nombre propio, es el “domingo de la divina misericordia”, es decir la continuación gozosa de la Pascua de Vida donde el Señor dona a su Iglesia los regalos del Espíritu, de la Paz, de amor que perdona.

En domingo que bien puede calificarse como un verdadero “espejo y modelo para la Iglesia de todos los tiempos”:

En la primera lectura se nos describe a la primera comunidad cristiana, marcada no por los “milagros y signos, por manifestaciones extrañas del Espíritu Santo, como predican las sectas pentecostalistas, sino definida ante todo por una relación “misericordiosa y realmente fraterna entre los miembros todos”. Todos tenían un solo corazón y una sola alma, todo lo poseían en común… a nadie faltaba nada.

Uno puede preguntarse si era algo que realmente sucedía o si puede suceder y la respuesta que la vida nueva en Cristo bajo la acción del Espíritu Santo provoca una “visión diferente de las cosas materiales”, ¡no digamos que somos cristianos si nos importa más del dinero o los bienes materiales que nuestros hermanos!.

Es lo que el Papa Francisco en el “Año de la Misericordia” nos invitaba a vivir: una relación fraterna, realmente solidaria que no dé lugar al escándalo de llamarnos hermanos y dejar que los demás mueran de hambre o al menos estén falto de lo esencial en sus vidas, ¡que seamos un signo de misericordia en medio de un mundo de egoísmo, de insolidaridad, de muros entre naciones, de distancias crueles entre hijos del mismo Padre del cielo!.

Es por ello que la lectura de la primera carta de San Juan “desenmascara un cristianismo insensible al hermano”, incapaz de conmoverse ante el otro cuando dice: “Todo el que ama a un padre ama también a los hijos de este”. ¡Cuánto mentimos al decirnos hijos de un Dios que sí tiene misericordia y le damos un culto que no pasa por recordar las muchas pobrezas de nuestros hermanos, al fin hijos de Dios también ellos!.

Es por ello que el Evangelio muestra esa misericordia del Resucitado que “dona la paz y el Espíritu” a aquellos hombres encerrados por el miedo en la sala de la Cena, ¡hemos de imitarle e ir a dar paz y alegría a quienes están encerrados en su miedo, egoísmo, odio, y resentimiento!.

Y sobre todo, dona el perdón, Jesús regresa ocho días después de su Pascua y se aparece a Tomás, el discípulo que no quería creer. No viene el Señor a reprenderlo y castigarlo, viene por él antes que por los demás, a darle “una segunda oportunidad” viene a levantarlo y a hacerlo de nuevo “miembro de la Iglesia” que no es una comunidad que “ve a su Dios” sino una que lo “escucha en la Palabra y cree en Él”.

La frase de Tomás es hermosa: “Señor mío y Dios mío” y la repetimos cuando por fe no vemos solo un “pequeño pan! sino el Cuerpo de Cristo que nos quiere visitar para levantarnos en la alegría de su Pascua.

Seamos nosotros “misioneros de la misericordia” ante tantas situaciones de muerte, temor y oscuridad en Escuintla, llevemos con misericordia la paz, el Espíritu y el perdón al hermano que no quiere creer.