Viene bien recordar en este tiempo de Pascua aquella encíclica del inolvidable mensajero de la paz tres veces en Guatemala, San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia (La Iglesia vive de la Eucaristía), donde afirma que: “Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y al mismo tiempo, «misterio de luz»… Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lucas 24, 31)”.
La Buena Nueva del III Domingo de Pascua recoge precisamente este “misterio velado” de una presencia que no se distingue fácilmente, pero que es el Señor:
Luego de la multiplicación de los panes para cinco mil (Juan 6, 1-15) y antes de afrontar la falta de Fe en Cristo mismo como “verdadero pan bajado del cielo” (Juan 6, 22-71), Jesús se aparece “al atardecer, cuando ya estaba oscuro, en medio de un mar agitado, caminando sobre las aguas”, causando el natural temor de los discípulos. Claro, todo se soluciona cuando él se da a conocer: “Soy yo, no tengan miedo”, tocando tierra la barca, en seguida (Juan 6, 16-20). Ese relato describe perfectamente, en este tiempo de Pascua, cómo vive presente y realmente el Señor Resucitado en su Iglesia, de forma velada, para muchos desconcertante, para otros irreal, pues se trata del pequeño pan que no es pan y al decir de Martín Lutero: “Si algunos niegan que —luego de la consagración— no es diferente del pan del panadero, me regreso con el Papa” (Escritos de Heidelberg, 1528).
Esto lleva a pensar:
1) Lo dramático de la pérdida de la Fe en la Eucaristía que se da hoy también, no solo por los que esperan “pan material y al no tenerlo abandonan a Jesús” (Juan 6, 66), aquellos que reducen a Dios a una fuente de bendición material de “prosperidad” sólo económica, sino ligada tal vez a los juegos de la política de partidos tan presente en estos días;
2) Si la Eucaristía es fuente de unidad entre los cristianos, se explica que su ausencia produce la multiplicación cancerígena de “iglesias que no lo son” precisamente porque les falta esa Eucaristía. En este país son más de 48,500 según el Ministerio de Gobernación, es que la Palabra de Dios, tan usada de modo conveniente, siempre producirá discusiones, escuelas interpretativas, afiliaciones y unciones partidistas, etc. pero en la simplicidad de la Eucaristía se cree o no, por lo que solo se dice “Amén”, cuando es ofrecida al comulgante;
3) Importante es lo señalado por Papa Francisco: “Además de la primacía de Dios, la Eucaristía nos llama al amor de nuestros hermanos». Este Pan es por excelencia el Sacramento del amor. Es Cristo quien se ofrece y se parte por nosotros y nos pide que hagamos lo mismo, para que nuestra vida sea trigo molido y se convierta en pan que alimente a nuestros hermanos” (Catequesis, 29 de Septiembre del 2022).
En fin, creer en el caminante sobre el agua, con una percepción no clara, pero de presencia real, resuelve la falta de Fe de Tomás el domingo pasado, “Dichosos los que creen sin ver” (Juan 20, 29), pero como el Santo Hermano Pedro o como el Obispo Mártir Juan Gerardi, recordado estos días, queda en tiempo de Pascua, reconocer esa presencia que lleva al amor solidario, transmitido del amor al Pan en el dar el pan al pobre y sobre todo en la post Semana Santa no olvidar la recomendación de San Agustín: “Les he recomendado un sacramento (la Eucaristía); entendido espiritualmente, los vivificará. Aun cuando es necesario celebrarlo visiblemente, conviene, sin embargo, entenderlo espiritualmente” (Comentarios a los Salmos, 98,9).