Dichosos

Afirmaba el novelista Mark Twain (1835-1910): “La dicha y la cordura son incompatibles”: es decir, la dicha o felicidad auténticas vienen en el fondo por caminos inversos a los propuestos “lógica y convenientemente” por el mundo (tener, poder, placer), ellas se incrustan en el extraño fenómeno de “dar” por amor, en circunstancias adversas, al estilo de aquella “perfecta alegría” de San Francisco, imitada de su Señor Jesús, quien dijo: “Dichosos ustedes cuando los injurien y persigan y digan toda clase contra ustedes por mi causa… Alégrense y regocíjense entonces…” (Mt 5, 11-12a).

La beatificación hoy, en Morales, Izabal, del sacerdote Tulio Maruzzo y del laico Obdulio Arroyo, “muertos por la extraña causa de amar hasta el final, testimoniando a su Señor Jesús” (cf. Mensaje de la Conferencia Episcopal de Guatemala “Discípulos, Misioneros, Mártires”, octubre 2018) se levanta como un bello ejemplo del seguimiento de su amado Maestro, el “testigo del Gólgota”, mártir del amor de Dios al mundo hasta la entrega del Hijo (cf Jn 3, 14-16), pero también emerge en una actualidad donde la misma dicha o felicidad es motivo de discusión, como decía Séneca: (4. a.C-65 d.C),  “Cada uno tiene su idea de dicha, de felicidad” (cf. De Vita Beata).

Bíblicamente el “dichoso o feliz” (Salmo 1, 1: el “ashré” hebreo) equivale al “beato” (al griego “makários” en Mt 5, 3-11) y al latín “beatus” que curiosamente significa “colmado” —de felicidad, de bienes perdurables—. El sacerdote misionero italiano y su acompañante chapín hoy son declarados “colmados del sumo Bien, Cristo”, no hallaron su felicidad en ideologías o intereses materialistas, sino en una “persona viva”, Cristo, del que decía San Pablo, allá en cadenas por su causa, que Él era “su vivir” y que la misma muerte le parecía una “ganancia” (Filipenses 1, 21).

La beatificación litúrgica de hoy tiene una intensa orientación pastoral exhortativa para los “cristianos que prefieren obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hc 5, 29), los nuevos beatos son modelos imperecederos de la “parresía” o valor/fortaleza que no viene de la sola humanidad, sino don un “don del Espíritu Santo”.

Amenazados por sus palabras y acciones que solo querían acompañar y ayuda a los más pobres en Izabal realizaron la misión a la que la Iglesia no puede renunciar, “…responder a la lógica de la fuerza con la levadura el Evangelio… ofreciendo un amanecer de esperanza luego de las noches de terror” (Papa Francisco, 27 enero 2017, cf. Mensaje de la CEG).

La beatificación tiene lugar pocas horas antes de la culminación del Sínodo de la Juventud, será para los jóvenes guatemaltecos y centroamericanos, pero también para todos en el mundo una “llamada o vocación”; la beatitud, la dicha, la felicidad se hallan en la configuración martirial con Cristo, quien lo dio todo y “se entregó a sí mismo” (Jn 10, 18), en su seguimiento intenso, en la sustitución del odio por el amor, de la vida por la muerte.

Que las nuevas generaciones, incluso las que viven las duras migraciones a las que los obligan fallidas comunidades nacionales; que ellos contemplen a los nuevos beatos como “plenamente felices” en su dedicación a los últimos, en la defensa de los más pobres en medio de un mundo que crea la mayor pobreza, aquella del materialismo que genera todas las demás: que desean amar en fin, de forma activa de donación de sí mismos como está escrito: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hechos 20, 35).