Queridos Hermanos y Hermanas:
Este sexto domingo de Pascua quiere ser ya una preparación a la celebración de Pentecostés: ciertamente, siguiendo la historia de la salvación, aún celebraremos la Ascensión del Señor en el 7º. Domingo de Pascua, pero ya la Palabra del Señor nos insinúa hoy fuertemente: ¡abrámonos a la acción del Espíritu del Resucitado!.
En efecto: en la primera lectura de Hechos de los Apóstoles, la figura de Felipe –aquel discípulo lleno de entusiasmo y tan distraído- es la de un “hombre lleno del Espíritu del Resucitado”. Sus acciones de curación de enfermos, etc. son una indicación de la fuerza del Espíritu en su vida.
Tengamos sin embargo, el cuidado de no caer en el error de cierto “pentecostalismo” que reduce la “vida en el Espíritu” a la confección de milagros, de signos extraordinarios: ¡lo más importante en la vida de Felipe es su “obediencia al Espíritu Santo! tal y como nos dice el Papa Francisco.
La historia de la Iglesia Católica en sus veintiún siglos está llena de hombres y mujeres que “llevados por el Espíritu” realizaron en su vida no hechos extraordinarios en el sentido de “espectaculares” sino que en silencio vivieron la misericordia, el amor, como bien lo dice San Pablo: “Cesarán las lenguas, acabará la profecía… solo quedará la caridad” (cfr. 1Co 13, 2ss).
Por su parte, la segunda lectura de la carta del Apóstol Pedro nos indica más claramente lo que es una “vida en el Espíritu”: se trata de cultivar la sencillez, el respeto y a paz de conciencia. Como he dicho antes, cuidemos de no confundir una “existencia espiritual” en fenómenos de emoción, sin que ésta claro, deje de ser un componente de nuestra oración, pero no es lo fundamental.
Cuidemos por otra parte, de tener lo que pide Pedro: saber dar razones de nuestra Fe. ¡Cuántos católicos se pierden por la ignorancia de la Doctrina, de la recta interpretación de la Biblia!. La comunidad parroquial o el movimiento eclesial son los “instructores de la Fe” que deben preocuparse de que no se “caiga en errores, como el mismo Protestantismo” en los que al final solo se pierden los valores grandes, como la Santísima Eucaristía.
Finalmente, en el Evangelio, como he dicho antes, el Señor Jesús ya indica la presencia del Espíritu Santo como “Consolador” que en griego decimos “Paráclito”: es una consolación que se confunde con la “resignación”, sino que se traduce como “fortalecimiento”.
Como sucedía en los antiguos tribunales, el “abogado defensor” estaba a la par del acusado y ponía los argumentos a su favor: ¡delante del mundo también nosotros somos juzgados y condenados continuamente, como dice San Pablo, por la causa de Jesús”.
Que importante es entonces invocar siempre al Espíritu Santo para evitar caer en “criterios humanos, mundanos inclusive” y tener una pobre defensa de nuestra existencia cristiana ante el mundo, o lo que es peor, dejar la Fe para convivir pasivamente con el mundo enemigo de Dios.
Jesús finalmente, nos dice que el Espíritu nos ayuda a “vivir el mandamiento del amor”: ¡recordemos que el amor cristiano no es posible por las fuerzas humanas, pues la caridad es un don del Espíritu!.
En preparación a la Visita de los Obispos guatemaltecos al Papa Francisco esta misma semana en Roma, pido sus oraciones para que todos, fieles y pastores, abramos nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo y nos dejemos guiar por su luz y su fuerza espirituales.
Bendice Señor con el don de tu Espíritu al Papa Francisco, hazlo instrumento de tu verdad, Amén.