Enseñar al que no sabe

Queridos hermanos y hermanas:

Continuando su camino hacia Jerusalén, hoy el Señor Jesús realiza nuevamente una “obra de misericordia” de especial importancia para todos los tiempos, cuánto más para la actualidad: “enseñar al que no sabe”.

Ciertamente podemos pensar que dicha obra de misericordia es la transmisión de conocimientos para superar por ejemplo, el analfabetismo, pero más aún, se refiere a aquel “ayudar a abrir los ojos del espíritu humano” ante la idolatría del materialismo.

Ya la primera lectura nos brinda una fuerte reflexión sobre la “vanidad” (que quiere decir “vaciedad, inconsistencia”) de aquellas cosas en las que podemos poner nuestro afán, nuestra esperanza, nuestra confianza: cosas y afectos, cosas materiales y relaciones humanas inclusive.

El que habla es nada menos que Salomón, que lo tuvo todo y que alcanza, como dice el texto del libro del Cohelét o “predicador”, la madurez de la reflexión sobre lo pasajero de la vida y lo incierto las cosas y situaciones, ¡cuánto hace falta esa reflexión en la mundo actual, pues la raíz de tantos males es el apego al dinero! (1 Timoteo 6, 10), una reflexión que como decía San Juan Crisóstomo “habría que escribir en todas las puertas de las casas hermosas, sobre todo lo que nos parece bello y eterno y no lo es”.

En el Evangelio, Jesús “enseña a quien no sabe” el sentido profundo de lo material:

  1. Dos hermanos le buscan no para recibir de él la Palabra de Vida, o alcanzar la salvación, sino para ponerlo como juez de cosas materiales: la herencia que está en discusión entre ellos; ¡cuántas familias se ven divididas, en conflicto entre sus miembros  por cuestiones materiales!, se lamenta en nuestros días el Papa Francisco;
  2. La fuerte parábola del hombre que se hace rico y piensa que su vida ha llegado al momento más seguro, y que sin embargo muere, es una reflexión a la que nos invita al Señor: las cosas materiales son hoy por hoy un medio para hacer el bien, para satisfacer nuestras necesidades pero también en las de nuestros hermanos, ¡cuánta indiferencia, cuánta falta de humanidad se puede tener ante el prójimo necesitado cuanto se piensa solo en sí mismo!. Aquel hombre no pensó en que podía hacer algo por sus hermanos, sino pensó en su vida asegurada;
  3. Finalmente, el Señor aclara de una vez por todas que la verdadera riqueza es la que se tiene frente a Dios: la misericordia, la cercanía, la generosidad en el breve hoy de la vida.

Pidamos al Señor que “aprendamos lo que no sabemos” frente a los bienes de este mundo.

Pidamos especialmente por los jóvenes que concluyen hoy la Jornada Mundial de la Juventud en Polonia que los cristianos desde esa juventud construyan un mundo donde no impere el ídolo del materialismo, del erotismo, del egoísmo: que el “dios de este mundo” el dinero no robe a nuestros jóvenes ni la buena conciencia ni el sentido de la vida.

Que puedan ser mucho más solidarios con los males del mundo y tengan claro lo que ya dice a todos con tanta franqueza el libro del Cohelét: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

Firma Monseñor Víctor Hugo Palma